Falta una semana para celebrar la Navidad,
días en los que mucha gente se acuerda de los más desfavorecidos. Semana en la
que muchas personas hacen su obra caritativa anual para sentirse bien el resto
del año. Las luces navideñas lucen en todo su esplendor y el consumismo supura
por sus venas saturadas.
Ese día, Leonor despierta en su habitación
con una sensación de bondad repentina.
-Mamá, he tenido una idea. Quiero hacer un
regalo a un niño pobre. Le diré a mi ayudante de cámara que se ponga en marcha
por las redes sociales y me busque un pobre, pero que sea español.
-Hija, ¡qué orgullosa estoy de ti! Seguro
que tu padre también lo va a estar en cuanto se lo diga. Por cierto, ¿qué le
vas a regalar?
-La pelota del último Mundial que me dio la
selección de fútbol.
-¡Qué buena idea!, además está firmada por
todos los jugadores. Eres digna hija de tu padre y heredera del trono. Él
siempre dice que el obsequio ha de estar en función del obsequiado. Hay que dar
lo justo para que todo continúe igual. Conservar a los pobres es la manera de
mantener el equilibrio natural. Sin nuestra generosidad, los pobres se
morirían. Hay que mantenerlos vivos, sacarlos de su miseria sería inmoral.