Noche en el desierto, voy al interior de la haima. Me meto entre las ásperas y gastadas sábanas, finas de tanto uso. Parece que van a romperse en cuanto las roce la uña del pie. Noto un agradable frescor.
A media noche tengo sed. Asomo la cabeza por entre la rasposa manta que hace de puerta. No hay nadie. La noche oscura me engulle y me siento seco y arenoso. Ni siquiera hay estrellas. Mis manos pasan de ser cálidas a frías, sudorosas, de tacto calloso como las del tejido de la puerta a la que continuo agarrado. La vista se me va nublando poco a poco hasta que me desmayo.
Despierto en el rugoso suelo de la haima cuando un hilillo de agua humedece mi mano. Llueve en el exterior y un lento gota a gota se desliza sinuosamente por la espinosa textura de la pared. Intento cogerlas. Siento el frescor del agua atravesando mis dedos. Los chupo ávidamente dejando que mi seca lengua recupere su nivel de humedad vital y me duermo placenteramente.
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- jose luis regojo
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viernes, 16 de noviembre de 2018
En la haima (un microrrelato)
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