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lunes, 19 de diciembre de 2022

La paga de Navidad

 


Relato publicado en la revista mexicana Aion el 1 de diciembre de 2022: 
https://aion.mx/literatura/la-paga-de-navidad


Se acabó el mundial de fútbol de Qatar 2022 y ya nos podemos olvidar, si no lo hemos hecho desde el principio, de los más de 6.500 trabajadores muertos en las obras de ese acontecimiento, ¿deportivo? Falta poco para celebrar la Navidad y dar la bienvenida al nuevo año, días en los que la gente, dicen, se acuerda de los más desfavorecidos y se propone cambios en su vida. Semanas en las que muchas personas hacen sus obras caritativas anuales para sentirse bien el resto del año y, de paso, desgravar un poquito. La iluminación navideña luce en todo su esplendor, para demostrar a Putin que no podrá con nosotros, y el consumismo supura por las venas saturadas de nuestro mundo cristiano-occidental.

Ese día, Leonor, una chica despierta, amaneció en su habitación con una sensación de bondad repentina.

—Mamá, he tenido una idea. 

—¿Sí, cariño?, ¿cuál?

—Quiero hacerle un regalo a un niño pobre. 

—Hija, ¡qué orgullosa estoy de ti! Seguro que tu padre también lo va a estar en cuanto se lo diga. 

—Le diré a mi ayudante de cámara que se ponga en marcha por las redes sociales y me busque uno, pero que sea español.

—Por cierto, ¿qué le vas a regalar?

—La pelota que me trajo papá del último Mundial. La del 7-0 a Costa Rica, que me obsequió la selección de fútbol.

—¡Qué buena idea!, además está firmada por todos los jugadores. Eres digna hija de tu padre y heredera del trono. Él siempre dice que la gratificación ha de estar en función del gratificado. 

—¿Qué quieres decir con eso, mami?

—Que hay que dar lo justo para que todo continúe igual. 

—¿Y eso es bueno, mamá?

—Pues, sí, tu padre me hizo ver algo que, antes de casarme con él, no me había dado cuenta: es importante conservar a los pobres para mantener el equilibrio natural. 

—¿El equilibrio natural, mamá?

—Sí, sin nuestra generosidad, se morirían. Hay que conservarlos vivos, sacarlos de su miseria sería inmoral.


Mientras el personal de palacio se dedicaba a buscar a quién regalar la pelota, Alizia contactó con su amiga de yoga, Carmencita.

—Hola, Carmencita, soy Ali —dijo la Reina—, mira, chica, estoy buscando un niño pobre para una obra de caridad que Leonor quiere hacer en estas fechas navideñas, ¿conoces alguno?

—Pues, pobre, pobre, querida, no conozco a nadie. No debe de haber muchos, digo yo. Déjame que piense un poquito.

—Es difícil, ¿verdad? Por más que le doy vueltas —dijo Ali—, no acabo de pensar en nadie.

—El otro día —comentó Carmencita—, oí cómo Alvarito, el hermano de tu ex-cuñado, se quejaba porque tenía problemas económicos. Sin embargo, por eso no diría que sus hijos sean pobres.

—Gracias, chica. No te preocupes, aunque no me has sido de gran ayuda, la verdad. Bueno, te llamaré mañana para ir de compras, ¿vale? Ahora voy muy liada con esto.

—Sí, hasta mañana. Por favor, no te estreses, la salud es lo primero y España os necesita, cariño.

Alizia también se lo comentó a su secretaria. Esta, que no soportaba la idea de verla triste, le propuso un niño que veía delante de la iglesia por donde pasaba de camino a su casa.

—¿Es español? —pregunta Ali, preocupada.

—Sí, creo que sí. No obstante, Majestad —comentó la secretaria—, no sé si es buena idea un balón, quizás sea más útil ropa de abrigo. Lo digo, por el frío que hace.

—Pero, ¿qué dices? —contestó la Reina—, el valor moral de un balón regalado por la Princesa da más calor y bienestar que todas las mantas del mundo juntas. Además, donde haya un corazón caliente que se quite lo demás. 

—De acuerdo, Majestad.

—De todas formas, lo que me preocupa es el interés que tiene Leonor por dárselo en persona.

—¿Por qué, Majestad?

—Una nunca sabe qué puede haber en esas casas y qué enfermedades le pueden contagiar. No sé, estaría más tranquila si te encargases de que la ropa que se ponga ese día desapareciera de palacio, ¿lo entiendes?

—Sí, Majestad.


Días más tarde, Leonor fue a la casa del niño. Cuando llegaron al barrio donde vivía, el coche tuvo que pararse a unos cincuenta metros del domicilio porque la calle era demasiado estrecha. Era un barrio en el que las casas se habían construido con algunas presencias y muchas ausencias. ¿Quién no lleva un nombre que antes no haya sido el de un muerto? La comitiva real descendió del vehículo y se dirigió hacia el portal.

—¡Uf, cuánto barro! ¡Cómo me estoy poniendo los zapatos! —dijo Leonor mientras el vaho le salía de la boca.

De pronto, un frío terrible la paralizó y se sintió mareada. Se agarró a su acompañante.

—¡Qué tufo! —dijo, pero se repuso. 

En ese momento, se dio cuenta de que la lástima que sentía se mezclaba con repugnancia. «Tendría que haber hecho caso a mami», pensó.

—Majestad, es el olor a pescado frito y sofritos que están cocinando en las casas de este barrio. Sí, es un poco fuerte —contestó el acompañante. 

—¡Calla y sigamos! —replicó tapándose la nariz—. Por cierto, ¿has traído lo que sobró de la cena de ayer para dárselo a este niño?

—Sí, Majestad. Aquí lo traigo, junto a la pelota.

Una mujer les esperaba fumando, la mirada fija tras las gafas, clavada en los personajes que aparecían con los zapatos completamente enfangados frente a su casa. Una mirada compasiva, vacía de quejas, mostrando el cansancio de los gritos silenciados por el hambre entrecortada. Los guantes que llevaba apenas le cubrían los dedos. 

—Para los de arriba, hablar de comida es bajo. Y se comprende, puesto que ya han comido —farfullaba para sí, mientras observaba la escena.

Un hombre tosió, tenía la barba desaliñada y la chaqueta raída. Leonor y la comitiva entraron en la casa. Era difícil ver nada, había poca luz. Era un lugar oscuro y vacío por completo. Sin embargo, cuando Leonor entró, tropezó con algo. Sus desnudos tobillos se hundieron todavía más en los zapatos. El comedor, aún conservaba la tibieza de coliflor hervida. Un niño de unos diez años estaba sentado en el rincón de la sala moviendo las manos de forma mecánica. No veía ni oía nada de lo que ocurría a su alrededor. No se levantó. Con ella entró en el local un olor a barro mojado del exterior.

—Hola, soy la Princesa —dijo Leonor, desconcertada—. Es Navidad y vengo a regalarte mi pelota de fútbol firmada por los jugadores de la selección española.

—¡Gracias! —le contestó el chaval sin levantarse.

El niño agarró el balón, le echó un vistazo con sus pequeños y negros ojos, le dio la vuelta, lo manoseó y lo lanzó a una caja con inscripciones en chino que tenía a su lado.

—¿Cómo es posible? —dijo Leonor enfadada— ¿Ya está?, ¿eso es todo?

No se creía la reacción del niño, cerró los ojos un momento. Al volverlos a abrir ya se había acostumbrado a la oscuridad y miró la casa: cajas de cartón con textos en chino, un montón de balones firmados como el que ella había traído, agujas de coser, trozos de cuero, hilo, ... De pronto, una puerta se cerró de golpe. Leonor se sobresaltó y se apresuró a salir. Chocó con la mujer que fumaba. Abandonó la sala a toda prisa, pero el hombre que tosía, con la majestad que da la artrosis, se levantó de la silla y se acercó con mucha dificultad y, apoyándose en la pared, se puso delante cerrándole el paso. 

—Gracias, señorita, por su generosidad —le dijo—. Lamer las llagas para ganar el cielo no es lo que nos hace falta, sino curarlas cada día. La vida no es un problema que tiene que ser resuelto, sino una realidad que debe ser experimentada. Además, esta pelota que nos ha regalado es como las que cosemos en casa. Se la venderemos a la empresa china que nos las encarga y será nuestra paga de Navidad.

Leonor salió confusa hacia el coche. Entró a trompicones. Una nube de náuseas infinitas le reventaba los pulmones. Se olvidó de los miembros de su comitiva que, atónitos con las cabezas inclinadas, observaban la escena.

—¡Rápido, arranca ya! —gritó al conductor, desencajada.

Allí, en el quicio de la puerta, siempre como en espera de alguien que nunca llega, aunque sin aparentar impaciencia, seguía la mujer fumando, reflejando en su figura desvaída un cansancio de siglos. 

Leonor, por su parte, sintió un dolor desconocido hasta el momento, era el malestar de la soledad en que aquella situación la había dejado. Esa frase que le habían gritado desde la calle, «la caridad consiste en no hacer más pobres», no encajaba con lo que le había dicho su padre. Allí, sola, en el interior del vehículo, aturdida por la experiencia, experimentó, por primera vez, miedo a las sombras, al tiempo, y se preguntó, «¿paga de Navidad?, ¿qué es eso?».










lunes, 5 de diciembre de 2022

Notas desde la Villa de Candelaria (Tenerife). 4.- El océano desde Candelaria


Diciembre 2022. No.4 


Observar el océano desde Candelaria, escuchar su sonido y sentir los rayos de sol entre palmeras y dragos durante el solsticio de invierno permite desconectar de los momentos agobiantes de la rutina diaria. La línea final del horizonte, escudo protector natural, alarga la mirada e imaginación hacia mundos que nos mantienen activos.

El océano es movimiento. El océano nunca es silencio. 


Ver el océano desde el puerto de Candelaria permite disfrutar de todas las escalas y frecuencias de un concierto de olas permanente. Una melodía, fruto de la conjunción de instrumentos de viento que se acercan con el ulular de los vientos alisios; los de cuerda que, de la mano de las olas, acarician la costa, sus guijarros y la arena de las playas, más los de percusión cuando embisten contra las rocas y espigones. Una música que nos acompaña desde el bramido matinal que nos despierta hasta la nana que nos acuna al anochecer. Si a todo este conjunto musical, le añadimos el coro de aves marinas, el resultado es un universo sonoro inabarcable.

El océano es movimiento. El océano nunca es silencio. 


Percibir el océano desde las playas de Candelaria, en días calmados, transmite un sonido de agua tranquila. Las olas que llegan de Gran Canaria, esa tímida isla oculta tras la línea del horizonte, se desploman con pesadez sobre los guijarros y la arena negra, chocando contra el puerto con un ritmo preciso: ataque y resaca. Un baile que la geología practica con el océano: durante la pleamar, se ve atraído hacia arriba por la Luna y lleva su agua por los recovecos bajo los espigones. No obstante, con la bajamar, el océano se aleja de la directora de orquesta, la Luna, y ofrece playas alfombradas por una tela húmeda, espumosa y fina, un micelio marino, mientras muestra escondidos rincones por los que podemos pasear. 


El océano es movimiento. El océano nunca es silencio.


Contemplar el océano desde mi balcón en Candelaria, permite distinguir cómo las aguas se debaten contenidas entre el muro de la Hornilla, el derruido espigón de la playa del Olegario y los muelles y barcos del puerto de pescadores, donde el agua salpica y hace gemir a las barcas. Las gaviotas gritan a la búsqueda de alimento en las aguas, no muy limpias, del puerto. El arrastre de los guijarros ofrece un sonido especial, amplificado por la noche, en el que solo desafinan los centenares de colillas* agazapadas entre los granos de arena. De ahí que el dios Neptuno nos castigue, cada cierto tiempo, escupiendo microalgas, penitencia por nuestro pecado original: contaminar los océanos.


El océano es movimiento. El océano nunca es silencio.


Observar, ver, percibir y contemplar el océano desde Candelaria es asistir a un concierto permanente que mejora la percepción, la memoria y el lenguaje, además de estimular la producción de serotonina en el cerebro. Motivo por el cual, cada solsticio de invierno, los que vivimos en la Villa de Candelaria, nos preparamos para dar la bienvenida al nuevo año, mientras el océano continúa acogiéndonos con cariño, cual vientre materno.

*Cada colilla puede llegar a contaminar entre 8 y 10 litros de agua marítima, y hasta 50 litros de agua dulce. Más info.

**Esta entrada de blog ha tenido el privilegio de ser elegida para ser publicada en la revista canaria Tamasma Cultural dirigida por la escritora Luisa Chico.

La entrada anterior: Los estereotipos

lunes, 21 de noviembre de 2022

Curiositats al voltant de l’alvocat

 


Article publicat al Diari de Menorca el 13 de novembre del 2022



Al gener de l'any passat, una columna d'opinió de José Cabezas publicada per aquest diari, ens deia, “Sabemos también que cualquiera con un móvil y acceso a Internet se puede autodenominar influencer, y enseñarnos fotos muy cuquis de sus desayunos invitándonos a comer aguacate cada mañana porque es muy sano. Si supieran que los más de 15.000 millones que mueve la industria del aguacate están en manos de los cárteles mejicanos que antes movían la cocaína, igual sus fotos ya no lucirían tan cuquis”.

Vaig investigar una mica més el tema dels alvocats arran d'aquest escrit, la qual cosa em va portar a esbrinar que els primers arbres, allà pel segle XVI, van créixer al Jardí Botànic de Orotava, a Tenerife, amb exemplars procedents de Veneçuela, i d'aquí van seguir fins a Europa. En l'actualitat, l'alvocat s'ha convertit en el producte agrícola amb major creixement a les illes Canàries, duplicant en 10 anys la seva superfície conreada, marcant un augment de la producció, que ha passat de 1,7 milions de quilos en 2012 a més de 4,29 en 2020. El seu cultiu s'està expandint fora dels límits de les Valls de Güímar i de La Orotava, existint plantacions regulars en la gairebé totalitat dels municipis costaners de l'illa de Tenerife. Les varietats d'alvocat majoritàries que se sembren són Hass, i en menor mesura, Fuerte, segons el Cabildo de Tenerife.

Si donem un cop d'ull al passat, començarem pel naixement, a mitjan segle XVII, del corsari, explorador i naturalista anglès William Dampier (1652-1715), conegut com "El Gran Filibuster", "El Rei de la Mar" o “El Pirata Científic”. Aquest últim sobrenom li ho va guanyar perquè, entre abordatge i abordatge dels vaixells espanyols, aprofitava per a estudiar ciències naturals i geografia del continent americà.

L'última setmana d'abril de 1685, va arribar a una illa de la badia de Panamà on va prendre nota de les espècies d'arbres locals. Aquí va descriure el que més tard va etiquetar com "Avogato Pear-tree", una fruita de la família del llorer. Curiosament, entre les seves anotacions figura una preparació nativa feta de moldre junts alvocats, sucre i suc de llima: el guacamole.

Tot un personatge, les observacions i anotacions del qual, recopilades per ell mateix en diversos llibres, entre els quals es troba Un nuevo viaje alrededor del mundo i Un viaje a Nueva Holanda, van ajudar a Charles Darwin i a Alexander von Humboldt a desenvolupar les seves teories. La seva vida va influir en els escrits d'autors de talla universal com Jonathan Swift (Els viatges de Gulliver, el protagonista dels quals cita diverses vegades al seu cosí Dampier), Gabriel García Márquez, que va visitar Menorca l’any 1987, (en el relat El último viaje del buque fantasma i el llibre El otoño del Patriarca), Samuel Taylor Coleridge (en el seu poema "La balada del vell mariner”), el corsari John Cook (capità del Bachelor’s Delight), i un llarg etcètera.

Tal com hem esmentat amb anterioritat, una de les varietats conreades a Canàries és l'alvocat Fuerte. Al marge de la seva gran qualitat, destaca la seva elevada resistència al fred. El que es va descobrir, per casualitat, després d'una severa gelada a Califòrnia durant l'any 1913, quedant per a la posteritat com el “Congelament del 13”. En aquell moment, es van morir la pràctica totalitat dels arbres d'alvocat empeltats, excepte aquesta varietat, d'aquí ve que va rebre el nom en espanyol de “Fuerte”. Aquesta espècie va ser la més popular a Amèrica fins a la dècada dels anys 1940. A partir de llavors, la varietat majoritària va passar a ser la Hass.

L'alvocat Hass porta el nom de Rudolph Hass, un carter, originari de Milwaukee, que vivia en La Habra, Califòrnia. A la fi de la dècada de 1920, Hass es va assabentar que podia guanyar diners conreant alvocats, així que va decidir demanar un préstec a la seva germana Ida. Amb els diners, va comprar un petit hort de la principal varietat comercial d'alvocat, el Fuerte, amb algunes altres varietats. D'una d'aquestes llavors va créixer un arbre que va rebutjar les branques de la varietat Fuerte que Hass volia empeltar en ell. Ho va intentar de nou amb un altre. També va fracassar. Rudolph va abandonar l'experiment i els va deixar que creixessin per lliure.

Es diu que Hass estava a punt de tallar aquests arbres, no obstant això, va decidir no fer-ho quan els seus fills li van dir que els fruits que donaven eren els seus favorits. A mesura que l'arbre creixia i produïa més fruita de la que la família podia consumir, Hass va portar alguns exemplars als seus companys de feina a l'oficina de correus de Pasadena. Els van agradar i li van preguntar si podien comprar-li més. Els seus alvocats van ser un èxit, i en 1935 Hass va patentar l'arbre, la primera patent atorgada a una planta arbòria als Estats Units d'Amèrica del Nord, (la número 139). Per a la seva mala fortuna, la majoria dels productors, en lloc de comprar el seu arbre, van evadir la seva patent i fins i tot sent una pràctica il·legal, van empeltar directament els seus esqueixos ells mateixos. Rudolph Hass va continuar treballant com a carter fins que va morir d'un atac al cor mesos després de complir seixanta anys.


lunes, 14 de noviembre de 2022

Notas desde la Villa de Candelaria (Tenerife). 3.- Los estereotipos.



Noviembre 2022. No.3

El mes pasado asistí a la función teatral ‘Bárbaros’ representada por la compañía Troysteatro en el Espacio Cultural Cine Viejo de Candelaria. La buena actuación de los actores quedó eclipsada por el hecho de que tuvieran que recurrir a la sal gorda, al chiste fácil: utilizar estereotipos de los catalanes para buscar la risa facilona del espectador. Ese tópico, que no mejoraba ni el texto ni la obra, sí que era indicativo de la existencia de un complejo por parte de quien decidió añadirlo.

Según la Real Academia Española de la Lengua, la primera acepción del término ‘estereotipo’ es: Imagen o idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable. Entonces, según esta definición, un catalán debería ser trabajador y tacaño; un vasco, un bruto. El andaluz es chistoso, mientras que el madrileño es un chulo. ¿Cuál es el estereotipo del canario? ¿El de un Caco Senante cantando Mojo Picón o el de Los Sabandeños y su Cantata del mencey loco?, ¿o el de una persona aplatanada que no trabaja porque está siempre en la playa bebiendo cerveza? Lo cierto es que es bueno para la salud tomarse los estereotipos con distancia y humor. No dejan de ser un síntoma de prejuicios sin fundamento, generalizaciones banales y, en algunos casos, una muestra del complejo y envidia de aquel que los emplea. 

La publicidad hace mucho daño cuando los utiliza para aumentar las ventas. Transmitir la imagen del canario que vive entre palmeras, bajo un sol eterno, con una vida relajada y de fiesta permanente para vender más y atraer turismo, no ayuda a eliminar los estereotipos. Se debería poner énfasis en algo que he podido comprobar desde que vivo aquí, el hecho de hablar más pausado y no ir estresado a todas horas no quiere decir ser menos eficiente, y eso es algo que se debería aprender en la península.

Transmitir esa imagen estereotipada hace daño a las familias canarias que sufren penosas condiciones laborales, cuando no están en el paro. Por otro lado, muestra poco respeto hacia la cultura, naturaleza y medio ambiente canario. Hasta cierto punto, parece propio de una mentalidad colonial. No se puede obviar que la banalización de esta clase de tópicos, que sostienen la idea de que aquí la gente está siempre despreocupada y sin problemas de ningún tipo, acaba convirtiéndose en un lastre para la verdadera población canaria de a pie. Una imagen que solo favorece a quienes quieren vender este falso producto e invisibiliza la dura realidad de tantos canarios y canarias que no llegan a fin de mes, a pesar de estar trabajando largas jornadas por unos sueldos de miseria.

Los estereotipos interesados no pueden encubrir la realidad que tienden a ocultar la mayoría de los políticos: Canarias es la segunda región con más paro de la Unión Europea, solo superada por Ceuta, y los jóvenes se dejan el 94% de su sueldo en alquiler, por solo contar un par de noticias recientes.

En conclusión, estar en contra de los estereotipos no quiere decir no estar a favor de airear lo bueno que ofrece Canarias, ni mucho menos, yo mismo lo hago desde este blog. Sería interesante investigar cuánto capital canario hay detrás de las empresas que hacen esas campañas publicitarias estereotipadas. La población tinerfeña, candelariera y canaria en general (como la vasca, catalana, andaluza, madrileña, ...) se merece un respeto, que los estereotipos y el chiste fácil le niegan.



martes, 25 de octubre de 2022

Notas desde la Villa de Candelaria (Tenerife). 2.- La amabilidad tinerfeña, ¿mito o realidad?

 


Octubre 2022. No.2

Es un clásico que cuando alguien habla de Tenerife, lo primero que destaca es el buen tiempo, entendiendo como tal: sol y calor, ¡cómo si la lluvia no fuese beneficiosa para el campo! Cuando vienes a vivir a Tenerife, ese estereotipo meteorológico desaparece y aparecen los microclimas. Aprendes que siempre debes llevar en el coche un paraguas, un bañador, un jersey de abrigo, una toalla y unas chanclas. El motivo es sencillo, en cuestión de pocos kilómetros pasas de un cielo lluvioso y frío en el norte a uno despejado, caluroso y soleado en el sur. 

Los folletos turísticos tinerfeños también destacan sus playas y la naturaleza salvaje y volcánica del paisaje. Otros recomiendan sus atractivos culturales, pero lo más importante, lo que hace agradable la estancia en esta isla, a mi modo de ver, es la amabilidad de sus habitantes, en especial en Candelaria y todo el valle de Güímar.

Tenerife es mucho más que ese conglomerado de cemento que invade numerosas playas rodeadas de naturaleza salvaje. Lo realmente relevante, y que muchas de las personas que llegan aquí no alcanzan a conocer, es su historia, su gastronomía y la naturaleza de los isleños.

Ya en 1886, un viajero y erudito suizo, Herman Christ, en su libro Un viaje a Canarias en primavera, escribió sobre el carácter canario: 

“El canario es sensible y lleno de comprensión hacia los deseos ajenos, servicial, extrovertido, charlatán, pacífico; libre de cualquier exageración en cuanto al sentido del honor y de toda tendencia bélica; libre de pasiones políticas y de cualquier actitud violenta o, incluso, sangrienta; le es ajeno todo deseo de revoluciones o pronunciamientos. En cambio, prefiere la vida natural, es amigo de las plantas, las conoce a todas por sus nombres y, donde puede, se rodea de ellas; es casero, con muchos hijos, nada arrogante ni orgulloso. El isleño reúne una serie de características que faltan en el resto de los españoles, que se singulariza por tener las contrarias.
En cambio, al isleño le falta el ardor y la energía, la obstinada tenacidad y el estoicismo que se advierten en el peninsular. El isleño es de materia blanda y sus carencias parecen ser más bien las de un carácter débil que las de uno fuerte. Si se aparta en pequeñas cosas de la verdad, es más por cortesía que por interés. No obstante, aun así, la Historia demuestra que defiende su patria con heroísmo”.  Fisonomía y carácter del canario 
Pero el suizo no fue el único en describir el carácter canario. Antes que él, en 1854, el alemán Julius von Minutoli, Cónsul General de Prusia, escribió El pasado y el porvenir de las Islas Canarias, libro dedicado a la reina Isabel II y publicado en Berlín en 1854. En este trabajo, fruto de su recorrido por las islas Canarias el año 1852, también se atrevió a definir a la población del archipiélago.
“Son abiertos, ingenuos, pacíficos y conciliadores, además de fieles, modestos y cumplidores; trabajadores que se contentan con poco y hospitalarios como nadie. Por cualquier sitio que se pase a caballo, la gente se dirige a uno y le pide que desmonte y entre a casa para descansar. Si uno acepta, no solo lo invitan a comer, sino que lo consideran como un amigo de la casa o un miembro de la familia, que puede entrar y salir o quedarse cuando quiera, sin más formalidades.
No pierden jamás, ni siquiera en las situaciones más extremas de la vida, la decencia y compostura, que también conservan normalmente las clases bajas. En las fiestas y bailes populares o en los certámenes de salto, lucha, lanzamiento y carrera siempre son comedidos y correctos: jamás hay brotes de vandalismo o apasionamiento excesivo. En caso de enfermedad y muerte, de preocupación y necesidad muestran siempre una calma y resignación próximas al estoicismo. Solo resulta verdaderamente lamentable el hecho de que se haya descuidado la instrucción del pueblo, lo cual ha redundado en una ignorancia y oscurantismo que han mantenido la creencia en brujas y malos espíritus…”. El carácter de los canarios
Descripciones, ambas, que rezuman grandes dosis de colonialismo; efectuadas por alguien que observa con superioridad, no desde la igualdad. La historia demuestra que no se puede generalizar. Cada persona es hija de su padre y de su madre, independientemente de su lugar de nacimiento, por mucho que algunos políticos intenten dividirnos con banderas y religiones. 

La historia es muy cruel y le gusta poner en un compromiso a quienes se atreven a generalizar, y si no, ¿cómo se explica lo ocurrido entre ‘pacíficos’ vecinos canarios durante la Guerra Civil española? En la sima de Jinámar, un volcán situado en Gran Canaria, se han descubierto restos de decenas de personas represaliadas y ejecutadas por las fuerzas sublevadas siendo arrojadas a su interior, cuando no apotaladas*. Aquí, a diferencia de lo ocurrido en la península, las víctimas no se enterraron en las cunetas.

De todas formas, volvamos a la actualidad. Parece ser que los rasgos positivos de la raza y cultura guanche, debidos, quizás, a la insularidad, son los que han perdurado a lo largo de los tiempos. Este aislamiento, complementado por la suavidad del clima y los contrastes climatológicos, potencia una acogida positiva al que llega de fuera, siempre que lo haga con respeto y no en hordas que solo buscan sol y alcohol. Si eres respetuoso, la amabilidad tinerfeña te sorprenderá, de la misma manera que lo hará la del resto de habitantes de las islas del archipiélago, cada una con sus peculiaridades y diferencias que las enriquecen.

Por experiencia propia, puedo decir que la forma de hablar, sosegada y dulce, con abundancia de diminutivos, refleja un carácter afectivo que acoge al que llega del exterior. Una manera de hablar que influye sobre la forma de actuar, más calmada. Una filosofía de vida que, a veces, no se comprende desde la península, pero que, en el fondo, se envidia. Ni siquiera aquellos peninsulares que nos establecemos en Tenerife, y, más aún, en Candelaria, escapamos a esa influencia tranquilizante, que nos arrulla y envuelve en una placentera existencia. 


Término usado en Canarias durante la Guerra Civil y la postguerra para referirse a las personas a las que hacían desaparecer lanzándolas al mar desde barcas, metidas en sacos con piedras y con las manos atadas. Recomiendo leer la novela "El hijo del apotalado" de Jorge Fonte, la represión franquista en la isla de El Hierro.


jueves, 20 de octubre de 2022

La casualidad más bonita que llegó a mi vida

 



Relato publicado en la revista mexicana Aion el 27 de septiembre de 2022: https://aion.mx/literatura/cuento/la-casualidad-mas-bonita-que-llego-a-mi-vida



Introducción


Amor platónico es el concepto de amor al que se refiere el filósofo griego Platón en su obra El banquete. Para él, el amor es algo básicamente puro y desprovisto de pasiones, puesto que estas son esencialmente ciegas, materiales, efímeras y falsas. El amor platónico es un sentimiento de amor idealizado, donde el elemento sexual desaparece; un amor a distancia, donde el objeto del amor es el ser perfecto, que posee todas las buenas cualidades y ningún defecto. 


I


Era un sábado soleado: el día internacional de la liberación de los libros. «Hay días internacionales para todo», pensé, «pero este al menos es interesante». Estaba esperando a mi mujer en la calle Borrell, y vi un anuncio en una librería: Hoy liberamos libros entre 1 € y 2 €. «La cultura ya no se cotiza», reflexioné. Entré suponiendo que, como siempre llega tarde, no pasaría nada si hoy me esperaba a mí.

Una vez en el interior, empecé a rebuscar entre las cajas de libros, algunos ya los tenía, otros no. Uno de ellos me llamó la atención, Cuando fui mortal, de Javier Marías, una selección de cuentos breves. «No lo tengo», pensé. Atesoro prácticamente toda su bibliografía, pero este me falta. Me encantaba como escritor, no tanto en su faceta de columnista, últimamente era muy cascarrabias y su compañerismo con Alatriste era, las más de las veces, un poco casposo. Pagué los 2 €, lo metí en el bolsillo y marché a buscar a mi mujer. Allí estaba, esperándome. No me dijo nada por el retraso y menos cuando me vio salir de una librería. 

Bajamos con tranquilidad hasta el Mercado de Sant Antoni para hacer la compra de los sábados por la mañana: pescado fresco, fruta y verdura directamente de los payeses. Hay un ritual no escrito los sábados de mercado que nuestros pies siguen de forma mecánica: pasamos por el punto verde y dejamos lo que llevamos para reciclar, entramos en el mercado a comprar, primero, la fruta y verdura y, a continuación, la carne y el pescado. Entre medio de las paradas, nos tomamos un café en el bar de la encrucijada. Nos gusta ese sitio porque tiene menús para jubilados. Todo un detalle. Una vez acabado el café, seguimos comprando lo que nos falta, damos media vuelta y volvemos por donde hemos venido. Así casi cada sábado. 

Ese día en concreto, al pasar de nuevo por delante de la librería, me toqué el bolsillo. Comprobé que aún llevaba el ejemplar de Marías. Llegamos a casa, lo dejé sobre el sofá y guardé la compra. Preparé la comida mientras mi mujer ponía la mesa. Comimos en la terraza, hacía buen tiempo y siempre resulta más agradable. Cuando acabamos, nos hicimos un café cortado y cada uno se sentó frente a su ordenador a trabajar. Yo cogí el libro y fui a guardarlo en la estantería. Cuando llegué a la M de Marías verifiqué que ya lo tenía en una edición diferente. «Bueno, no pasa nada», pensé. Es una señal del destino para que lo vuelva a leer. No lo dejé y me lo llevé al comedor. Me senté en el sofá y lo abrí. Tenía una anotación en la primera página: Barcelona, 22 de junio de 1997, domingo, María Feijoo Aresti. 


II


En estos momentos de confinamiento por el virus chino, tal y como lo bautizó Trump, el tiempo no pasa, no fluye, solo está, sin más; acompaña al tedio reinante. Unas veces lees, relees y sigue ahí, fijo e inmutable; en otras ocasiones, el hastío te lleva a ser tan perezoso que apenas lees. Te sientas, te levantas, bostezas, consultas el móvil, miras la televisión, ordenas papeles, revistas, … hasta la saciedad. Vegetas rodeado de una tranquilidad amenazadora, un peligro silencioso, inodoro, incoloro e insípido. Entonces, en un rincón del comedor, bajo una pila de revistas, veo el libro de relatos que compré hace un par de semanas. Me sorprende la anotación con el nombre de la propietaria y la fecha exacta de su adquisición, incluso el día de la semana. Una mujer generosa que le dio una segunda vida, lo liberó de la prisión de una estantería. Nunca antes lo he hecho, pero creo que podría haber sido una actitud muy de Marías investigar quién es María Feijoo Aresti; incluso ese nombre podría ser un personaje de novela de Marías. Así lo hago. Enciendo el ordenador y tecleo su nombre en internet. 


María Feijoo Aresti: Licenciada en Periodismo y formada en los seminarios de escritura dramática de la Sala Harold Pinter de Madrid. Se inicia en el mundo del teatro trabajando para la productora teatral La butaca. Allí encuentra a maestros y maestras de vida y arte que le enseñan leyes no escritas que aún mantiene vivas hoy. En 1998 estrena la pieza de radioteatro ‘Mi vida’, y en 2001 ‘El sueño’ se representa en formato de lectura dramatizada en la Sala The Players de Nueva York. Ha estrenado más de veinte de sus creaciones dramáticas. Es poeta a tiempo completo.


Me interesa su perfil. ¡Qué casualidad! Una periodista, escritora, poeta y dramaturga. Sigo leyendo:


La finalidad de la escritura dramática de María Feijoo Aresti es el encuentro con la verdad de la condición humana. Sus obras están escritas más desde el impulso que desde el cálculo estructural del texto. Suele ir a sus historias y personajes desde el no saber. Tosquedad, imperfección, violencia, pérdida, expulsión brusca del paraíso, locura, muerte, enamoramiento y desamor, perdón, inocencia, compasión, sentido del humor y mujeres son algunos de los rasgos o características que recorren los textos que ha escrito. Mantiene viva la esperanza de alcanzar una nueva línea dramática del aquí y el ahora.


Encuentro toda esa información en la primera entrada de su nombre en Google. Paso a la segunda, tiene un título sugerente: Soy lo que estás buscando. No lo dudo ni un instante, no sé si me lo dice a mí, pero decido continuar la búsqueda. Lo primero que destaca en la web es su foto. Una expresión directa te mira a los ojos y te señala con el dedo mientras dice: 


Escribo teatro para soportar el mundo y comprender mejor la condición humana. 


Parapetada tras las gafas, continua: 


A veces no queda más remedio que pasar a la acción y dirigir tus propios proyectos. 


«De acuerdo, pero yo no te he preguntado nada», contesto a la pantalla del ordenador. Su pelo castaño, lacio y ligeramente despeinado le cae hasta sobrepasar los hombros. Sigue dándome información no solicitada, me confirma que es una poeta de composiciones a medio camino entre el poema y el pensamiento, para acabar aclarándome su gusto por el género de la entrevista y la crónica. Dos apuestas distintas de ver la realidad y sobrevivir en tiempos difíciles. Esa confesión de buenas a primeras me sorprende, pero demuestra que María es una mujer de armas tomar, con un carácter decidido, hecha a sí misma y a la que no le han regalado nada. Un anillo de caoba, destaca en el dedo meñique de su mano derecha. Su mirada me ignora en este momento, se dirige hacia otro lado, pero sigue escondida tras sus gafas de concha. No me mira directamente y, a pesar de no conocernos de nada, decide sincerarse:


Soy licenciada en Periodismo. Dramaturga que interpreta, intérprete que escribe. Directora y escritora por necesidad. Titiritera de las artes escénicas y de la vida cotidiana. Funambulista de la locura más creativa, contadora de historias con corazón y vestal de la palabra. 


Su media sonrisa me tiene intrigado, ¿se ríe de mí o del mundo? Su rostro, fijo y móvil en la pantalla del ordenador, parece llenarse de expresiones involuntarias, alegres, todas ellas. El día que le hicieron esas fotos tuvo que ser un día especial. No hago mucho más. Me voy a dormir, no sin antes despedirme de ella. «No me olvidaré de ti. Buenas noches, María». 





III


Por la mañana, después de desayunar, me conecto desde el móvil para darle los buenos días. Recuerdo que he soñado con ella. En el sueño, me he quitado la mascarilla en la oscuridad, le he mostrado mi rostro y he mantenido la distancia. Vuelvo a entrar en su página web y sus fotos pasan de un lado a otro. Consigue marearme. Creo que esos cambios de pantalla muestran una María dubitativa; su seguridad trastabilla ligeramente, duda unos segundos y me mira con reservas, desconfía de mí, está en silencio. Eso me sorprende, porque no considero que le haya hecho nada para tener esa desconfianza, al menos a estas alturas. Su actitud evidencia que todavía no somos amigos, sin embargo, ya hay una cierta complicidad, incipiente. Me ha hecho sonrojar. Por fortuna, ella no puede verlo, algún día se lo explicaré. Por su biografía no parece estar casada ni tener hijos, no obstante, nunca se sabe. Se encuentra en una edad en la que ya lleva mucho recorrido, aunque aún le queda media vida por delante. Los ámbitos culturales por los que se ha movido indican una biografía con ciertos apuros económicos superados a base de entrevistas y algún que otro bolo por ahí. Como todas las personas que intentan vivir de la cultura en este país.

Ya llevamos dos días juntos y decido enviarle un correo electrónico. «No creo que me responda, pero aun así lo haré», pienso. Me armo de valor y se lo envío: 


María,

Estoy leyendo el libro de cuentos de Javier Marías, ‘Cuando fui mortal’, que te perteneció.

Te lo compraste el domingo 22 de junio de 1997.

Yo lo volví a adquirir de segunda mano en una librería de la calle Borrell.

Los libros son pequeños universos que alquilamos por ratitos, y al haberlo alquilado tú y, poco después, yo, ese universo en concreto ya nos pertenece. Sin conocernos, ya tenemos algo en común.

Gracias por liberarlo y darle una nueva vida.

Saludos, salud y paciencia.

Santi


Han pasado tres días sin respuesta. Me ignora, pensará que soy un acosador. Esperaré un poco más. La paciencia es la madre de la ciencia, dicen… Cinco días. No puedo hablar con ella en persona por culpa del Covid-19 y el maldito confinamiento al que estamos sometidos. Tampoco me ha contestado al correo electrónico. Eso no me gusta. A su favor, he de reconocer que no es muy normal lo que he hecho. Es difícil hacer creer a nadie que este aproximamiento literario es simplemente fruto del aburrimiento de estar tantas horas en casa, siendo testigo del recuento diario de víctimas de esta pandemia universal. Si no me contesta, una vez haya acabado esta reclusión y la vida vuelva a las calles, iré al primer evento en el que participe. Así el enigma se aclarará. 

He visto por Youtube el estreno de una de sus obras de teatro. Se la veía un poco nerviosa, hasta que el público empezó a aplaudir la obra. La directora estaba presente e introducía a los actores y actrices junto con la autora del texto, María. Allí la vi, por primera vez, inmóvil, en su sitio. Aparenta ser más joven de lo que es. De hecho, se conserva bien. Iba vestida con una camisa de flores, unos pantalones tejanos ajustados y bambas, estilo básquet, de color rojo. Esperaba su turno para hablar mientras hacían las presentaciones de los actores y actrices una vez acabada la representación. Su actitud era de espera, miraba a ambos lados, al escenario. No sabía cómo poner las manos, parecía que le molestaran. Le sonó el móvil y todos rieron. Ese detalle, curiosamente, la relajó. Su cara se le iluminó con una gran sonrisa y las manos encontraron su espacio y se pusieron a aplaudir al público que reía.

Por hoy, ya he tenido suficiente. Es un avance, la he visto y he decidido escribirle un segundo correo electrónico. Lo he programado para que se envíe por la mañana. Me voy a dormir. No me la puedo quitar de la cabeza. 


IV


Mientras me estoy duchando, recuerdo el extraño sueño que he tenido. Entre nubes de humo, he visto salir a María del teatro, está parada en la puerta. Su figura se desvanece entre las sombras de la noche, parece estar esperando a alguien en vano. Se aparta cuando algún transeúnte pasa junto a ella. Hay un momento en que su mirada, lejana, se cruza con la mía, se queda inmóvil durante unas micro centésimas de segundo. Somos conscientes de ese encuentro. En mi sueño, yo me voy porque reconozco que a esa hora y en esa situación, el hecho de quedarme mirándola solo conseguirá ponerla nerviosa y eso es lo último que pretendo. Saco el móvil y busco una moto compartida. Ella sigue con la mirada fija hacia donde yo me encuentro, inquieta. Noto cómo escruta mis movimientos y se relaja en cuanto ve que me voy. Llego a casa. No cojo el ascensor, subo los escalones hasta el rellano de mi vivienda, el corazón me late a toda velocidad y me tiemblan las manos. Al salir de la ducha y después de secarme, preparo el desayuno, me siento frente a la taza de té y el bol de cereales. Enciendo el ordenador y miro la bandeja de entrada. No me ha escrito. Abro la carpeta de spam y ¡bingo!, ahí tengo un mensaje suyo. Doy un respingo, me doy cuenta de que me había olvidado revisar esta última bandeja. Me contestó a vuelta de recibo de mi primer correo y yo, estúpido, no la había mirado hasta ahora:


Qué mensaje más bonito, Santi.

Hace tiempo que no leo a Marías, pero su literatura me ha proporcionado grandes momentos.

Me gusta la idea de compartir un universo con un desconocido.

Gracias por escribirme.

Suerte, salud, ánimo y paciencia.

María


A partir de ese día, cada mañana al despertar, me digo a mí mismo que falta un día menos, otras veinticuatro horas de confinamiento a superar. No sé exactamente cuándo empecé a infundirme ánimo de esta forma, ni me acuerdo de cuándo empezó toda esta pesadilla. Pero ahora tengo un aliciente. Voy a escribirle, a iniciar una relación epistolar que nos hará olvidar este virus que infecta todo a nuestro alrededor. Esperanza en medio del caos. Cuando esté más calmado me volveré a poner en contacto con ella. 

Sin saber cómo, me quedo adormilado en el sofá y hasta sueño que regreso a casa caminando despacio; aún no ha anochecido del todo. Me duelen los pies. He estado esperándola a la salida del teatro para verla y no lo he conseguido. No sé por dónde se ha marchado. Voy a prepararme un baño bien caliente y quedarme un buen rato allí. Le escribo un nuevo correo.


María,

Gracias por contestarme. Me ha alegrado encontrar tu mensaje. Estaba en la carpeta de spam, perdóname por esta negligencia. No leas mi anterior correo, lo escribí sin haber leído el que me habías enviado.

Es extraño, ahora leo cada cuento del libro de Marías pensando en ti. Perdona mi atrevimiento, pero es así. Me parece conocerte desde siempre.

Espero no molestarte con lo que te digo y que me respondas. Será una manera diferente de pasar estas horas de reclusión, ¿no crees?

Salud y paciencia

S.


He encontrado otra grabación de Youtube. No me gusta la forma de mirar de María a la directora de la obra de teatro. Parece estar en éxtasis, una mirada de adoración que no es agradable de contemplar, menos aún cuando la que adora es alguien a quien se tiene aprecio. ¿Tendrán un lío entre ellas, serán pareja? Esto es nuevo para mí: los celos. 


Hola, S.

Estoy acabando una nueva obra de teatro. Estoy muy ilusionada.

Me halaga que leas los cuentos pensando en mí. Pronto podremos compartir nuestras impresiones. Te propongo que sea en el café junto a la librería donde lo compraste, el bar Alegría. Bonito nombre en esta época tan vírica, ¿no crees?

Deseo que ocurra pronto.

Ánimo y paciencia

M.


Esa respuesta ha desencadenado un envío de correos electrónicos que ha ido forjando una amistad epistolar y unas ansias, al menos por mi parte, de acabar el confinamiento para conocerla en persona. Solo la he visto por internet y eso es demasiado frío e impersonal.


Hola, María,

Hoy me he sobresaltado leyendo un cuento en el que el personaje se suicida. ¿Qué opinas de la muerte por suicidio?

A continuación, te soy sincero, me he puesto a reír pensando en lo que a veces me has respondido en nuestras conversaciones en sueños: ¡Tienes unas salidas!

Sí, me ruboriza decírtelo, pero sueño contigo.

Te dejo ahora, no puedo seguir, ya me he sincerado demasiado.

Salud y paciencia

S.


Se me hace difícil la infinitud de los minutos de esta espera. María no tarda en contestar a ese correo.


Querido S.

No te ruborices. Estoy encantada con tus mensajes. Yo, hoy, también he soñado contigo. Quiero que sigamos así, pero con una condición: no nos enviemos fotos. Dejemos nuestra relación así, hasta que pase esta peste. 

Sé que, probablemente, me hayas visto en Youtube, te confieso que yo también te he buscado por internet y te he visto recitando poesía. 

No, no he pensado nunca en el suicidio, tienes unas salidas, ni siquiera ahora, que tengo un poco de fiebre.

Solo miro media hora al día la televisión, da un poco de pánico. 

Ánimo y paciencia

M.


Reconozco que no me ha gustado el final de su mensaje. Me deja un regusto amargo que me obliga a escribirle una pronta respuesta, pero la guardo en la bandeja de salida. No quiero agobiarla con respuestas inmediatas. Se la enviaré tan pronto me levante por la mañana.


M.

Me ha preocupado leer lo de la fiebre. Cuídate, por favor. Ya he sufrido bastante dolor en el pasado y no quiero volver a experimentarlo de nuevo. Me has dejado intranquilo, y mi cabeza pensante no desea otra cosa que parar de pensar, y no puede. Únicamente imagino la posibilidad de escaparme de casa para ir a verte, pero no sé dónde vives.

Salud y paciencia

S.


Durante el fin de semana no me ha escrito. Ha sido un tiempo muerto sin fin. Todo el mundo recomienda que mantengamos nuestras rutinas. La suya debe ser no contestar correos los fines de semana. Se lo respeto.


S.

Perdona que no te haya respondido antes. Los fines de semana no conecto el ordenador, es mi rutina y no la quiero romper por culpa de un virus cualquiera.

No te preocupes por mí. No estoy en el grupo de riesgo y me cuido. No te voy a engañar, llevo un par de días con fiebre y tos. Me inquieta la falta de ganas de escribir y me duelen un poco los músculos de brazos y piernas.

¿Por qué la maldición consiste en recordarlo todo?

Ánimo y paciencia


Esta respuesta la he leído varias veces a lo largo del día. Entre las decenas de wasaps que recibo cada día, y las noticias de la televisión, estoy realmente inquieto. Mi mujer lo achaca a los días de confinamiento.


M.

Ya no firmas los correos. No te abandones. Mantén las rutinas y apaga la televisión. Solo sirve para propagar el pánico, no sé qué enseñan a los periodistas en las facultades, pero empatía y humanidad con los espectadores, seguro que no.

No entiendo la pregunta que me haces.

Salud y paciencia

S.


Esta vez, su respuesta llega el mismo día por la tarde. Eso no es propio de María, no es una persona que rompa sus hábitos si no es por algún motivo importante.


Te comento. Estoy estable, como bien, aunque me aburro mucho. Tus correos me alegran las horas de reclusión. Ayer tuve 38’6º, hoy 37’4º, febrícula pero con cierta rigidez muscular. Voy a llamar al centro de salud en cuanto envíe este correo.

¡Ah! He acabado de escribir el primer borrador de la obra de teatro.

La pregunta sobre la maldición es una frase que recuerdo de ‘nuestro’ libro y la he reconvertido. No te preocupes, es una tontería.

Ánimo y paciencia

M

P.S. Hoy firmo el correo para que no te quejes.


Por un lado, me ha alegrado de que haya acabado el borrador, pero esas lecturas de temperatura no son algo que me haya dejado tranquilo. No quiero aplazar mi respuesta a ese indefinido temporal del dentro de poco, porque ahora ya ni siquiera estamos seguros de si habrá un más tarde.


Querida María,

Gracias por firmar tu correo, sin embargo, te has olvidado de mi nombre. Te parecerá una tontería, pero creo que deberíamos escribir nuestros nombres, no solo las siglas. Lo encuentro más cálido, ¿no te parece?

Hoy te envío un beso, espero que perdones mi atrevimiento.

Salud y paciencia

Santi


Por la tarde no me ha llegado ningún correo. No sé qué pensar. Ha vuelto a la normalidad y vuelve a su rutina, ergo está bien de salud, o ha empeorado y no puede escribirme.


Santi

He tenido una recaída. Me han llevado al hospital. De camino, han abierto la ventanilla y el viento ha susurrado en mi pelo. Me ha gustado. Aquí estoy bien. Me han hecho muchas pruebas. De momento, lo seguro es que tengo neumonía, por eso me han ingresado. Mañana, cuando llegue el resultado, me llevarán a una ubicación definitiva.

Cuando una no tiene nada, todo parece aceptable, las barbaridades resultan normales y los escrúpulos se van de paseo ... Marías dixit, más o menos.

Mi futuro va a la velocidad de la luz, sin frenos…

No te preocupes.

Ánimo y paciencia

M.


No pude dormir, tuve pesadillas. Mi mujer no se entera de nada. «El confinamiento», dice. «Ya está a punto de acabarse», repite para animarme. Los correos de María son cada vez más lacónicos. Además, sin querer, incluye alguna frase que me deja intranquilo. No sé cuánto tiempo ha pasado sin tener noticias suyas, bueno, sí lo sé, y no sé qué hacer más que releer los correos que me ha escrito hasta este momento. Compruebo que han seguido una pauta preocupante.


María

No sé qué decirte. No contestas a mis correos, tu vida se me está haciendo fantasmal, como una voluta de humo que se me escapa entre los dedos. Estoy alarmado.

Dime algo por favor,

Salud ..., ya no tengo paciencia.

Santi


Vivimos un momento en el que hasta los segundos se ralentizan. Ya no fluyen, pasa mucho tiempo entre uno y otro, no lo puedo controlar. Por la tarde, me ha contestado, por fin.


Santi,

El tiempo continúa. No sé qué contarte. Nada positivo. 

Estoy en silencio conmigo misma. Es como si me observara desde fuera. El personal del hospital está superado, hace lo inhumano, pero no llega a todo. Es duro, la prioridad es la edad, y yo estoy en la frontera.

Marías diría que al hacernos mayores también hay menos vida, no queda tanta.

Hasta hoy, mi edad me había parecido ajena.

Me han puesto una máscara de las de inflar y desinflar una bola, da más oxígeno. Estoy boca abajo. Solo me la quito brevemente para comer y escribirte. Ya no me respiro. Infecciones diversas.

Ánimo, ya no tengo, y paciencia, no me queda más remedio.

M.


El tono de sus respuestas no tiene nada que ver con los primeros correos. Según el calendario, han pasado pocas jornadas, pero cuando vives en el confinamiento, las horas se hacen más largas, las sensaciones más intensas, los segundos elásticos y las vivencias, como en una guerra, son breves y vitales al máximo, aunque sea de forma virtual.


S.

Me parece estar viviendo aquel domingo 22 de junio de 1997 contigo, en nuestro universo en común, ¿recuerdas?

¿Sabes? Morir parece grave al que muere, si sabe que muere, diría nuestro amigo. 

Eres la casualidad más bonita que llegó a mi vida.

Ya no envejezco. Sigo sin respirar en mí.

M.


Este fue su último correo. Levantarán el estado de confinamiento mañana y hace una semana que no he mantenido ningún contacto con María. Iré a la librería, allí sabrán decirme algo. 


V


Por fin, han levantado el confinamiento. Dos meses y medio. Las calles bullen de alegría. No sé dónde vive María y llevo una semana sin respuesta. He ido a la librería, deben de conocerla por ser una escritora de teatro y porque a ellos les compré el libro con su nombre. No está abierta. Hay una nota avisando que abren solo por la tarde. Me voy a casa, no sin antes mirar alrededor, estoy perdido entre una tienda de chinos, un bar con el cartel de ‘Se traspasa’, una peluquería, un locutorio, y un kebab. Piso una mierda de perro junto a la caseta del vendedor de cupones. 

 He vuelto por la tarde y he esperado en la puerta a que abrieran. Se me ha hecho una eternidad. Una ráfaga de viento sacude las banderas de los balcones. La chica de la librería se ha sorprendido al verme ahí esperando. El local huele a cerrado, a humedad, algo se había podrido en la mesa durante el confinamiento y apesta. Mientras la chica entra en el despacho a dejar su bolso, abrir la ventana para airear y tirar esos restos putrefactos, toqueteo los libros de la caja y encuentro otro dejado por María. Cuando la joven librera regresa del despacho y está dispuesta a escucharme, le explico que necesito encontrar a María. Le muestro mi preocupación por no saber nada de ella desde hace una semana. Su semblante cambia. Su sonrisa se apaga. En un instante, la presencia de María en la librería se ha esfumado, ha quedado como un tenue recuerdo nostálgico, flota en el aire como el humo de los cigarrillos. Acaricio nuestro ejemplar de Cuando fui mortal y lo abro al azar. Javier se une a mi duelo: cuando muere un amigo, dice, quisiéramos recordarlo todo de la última vez que lo vimos, la cena vivida como una más que de pronto adquiere un inmerecido rango y se empeña en brillar con un fulgor que no fue suyo, intentamos ver significado en lo que no lo tuvo, intentamos ver señas e indicios y acaso magias. ¿Y si no has conocido nunca en persona a la amiga muerta?

La joven librera respeta mi silencio. De súbito, me doy cuenta, como si me acabasen de dar un puñetazo en la boca del estómago, de que a partir de ese momento solo podré abrazar un recuerdo. María se ha perdido para siempre. Salgo de la librería y empieza a llover con fuerza. Todo está inmóvil, como sumergido en un mar de gotas de lluvia densas y grises. Tal vez no somos más que peces muertos en un acuario. Camino inalterable, empapado y sin recompensa a mi confinamiento. Una flor sin nombre se abre entre los adoquines de la acera. El tiempo pasado nunca regresa. Ni siquiera podré confirmar la afirmación de Marías, según la cual casi todo se olvida en la vida y todo se recuerda en la muerte. 

El Covid-19 no me ha dado la oportunidad de olvidar aquello que no podré recordar. Freno poco a poco mis pasos para escuchar el silencio de la tierra bajo mis pies. Entro en el café Alegría, solo noto la humedad de mis ojos. Me siento, y pido un café cortado. Siempre pensé que sus últimos mensajes eran verdades exageradas cuando me contaba algunos episodios de su contagio por el virus: ¡Tienes unas salidas!, decía. Es cierto que sus últimos correos se hicieron más extraños de lo habitual y se despedían de manera enigmática: Ya no envejezco, Mi futuro va a la velocidad de la luz, sin frenos, Ya no me respiro, Sigo sin respirar en mí. La frase eres la casualidad más bonita que llegó a mi vida de su último correo no me puede consolar, pero al menos me da fuerzas para continuar. Aprovecho la oscuridad en la que me encuentro para escribirle un poema oscuro que solo ella y yo podamos entender. Así, después de leerlo, nos miraremos y nos reiremos. Un dolor lento, instintivo y animal se

apodera del aire que respiro, trepa por mis venas que han perdido su color natural. Ahora son del color del dolor. Un dolor que se arraiga y que se ancla en lo más dentro de mí.


¿Qué es echar de menos a alguien? La sensación de estar en un lugar desconocido, sin rumbo, mirar sin ver, comer sin saborear, el sendero hacia el olvido, sin derramar una sola lágrima: llorar a secas. Veo su sonrisa abrirse como un cielo estrellado. El virus me ha privado de María, de la primavera y de muchas cosas más. Congeló la luz de su mirada, pero yo he florecido igualmente gracias a ella. A partir de ahora, solo encuentro una forma de contar el tiempo de vida: antes y después de su muerte. Me llevo la primavera dentro, su imagen fundida en mi memoria y su recuerdo con este nuevo libro, que, de forma inconsciente, me he llevado sin pagar: un regalo de María. Se puede vivir dentro de la vida y fuera del tiempo, nadie nunca más me la podrá quitar.