Falta una semana para celebrar la Navidad,
días en los que mucha gente se acuerda de los más desfavorecidos. Semana en la
que muchas personas hacen su obra caritativa anual para sentirse bien el resto
del año. Las luces navideñas lucen en todo su esplendor y el consumismo supura
por sus venas saturadas.
Ese día, Leonor despierta en su habitación
con una sensación de bondad repentina.
-Mamá, he tenido una idea. Quiero hacer un
regalo a un niño pobre. Le diré a mi ayudante de cámara que se ponga en marcha
por las redes sociales y me busque un pobre, pero que sea español.
-Hija, ¡qué orgullosa estoy de ti! Seguro
que tu padre también lo va a estar en cuanto se lo diga. Por cierto, ¿qué le
vas a regalar?
-La pelota del último Mundial que me dio la
selección de fútbol.
-¡Qué buena idea!, además está firmada por
todos los jugadores. Eres digna hija de tu padre y heredera del trono. Él
siempre dice que el obsequio ha de estar en función del obsequiado. Hay que dar
lo justo para que todo continúe igual. Conservar a los pobres es la manera de
mantener el equilibrio natural. Sin nuestra generosidad, los pobres se
morirían. Hay que mantenerlos vivos, sacarlos de su miseria sería inmoral.
Mientras el personal de palacio busca por
las redes sociales a quién regalar la pelota, Alizia, la Reina, contacta con su
amiga de yoga Carmencita por si conoce algún niño pobre que pueda ser el
beneficiario. No tiene suerte.
También se lo comenta a su Secretaria. Ésta
que no soporta verla triste le propone un niño que está delante de la iglesia
por donde pasa de camino a su casa.
-Majestad -comenta la Secretaria-, no sé si
es buena idea un balón, quizás sea más útil ropa de abrigo con el frío que hace.
-Pero qué dices –contesta la Reina-, el
valor moral de un balón regalado por la Princesa da más calor y bienestar que
todas las mantas del mundo. Además, donde haya un corazón caliente que se quite
lo demás. Lo que me preocupa es la petición de Leonor de dárselo personalmente.
-¿Por qué, Majestad?
-Una nunca sabe qué puede haber en esas
casas y qué enfermedades le pueden contagiar. No sé, estaría más tranquila si
te encargases de que la ropa que lleve ese día desaparezca de palacio, ¿lo
entiendes?
-Sí, Majestad.
A los pocos días, Leonor va a la casa del
niño. Cuando llegan al barrio donde vive, el coche tiene que pararse a unos
cien metros del domicilio porque la calle es demasiado estrecha. La comitiva
real desciende del vehículo y se dirige hacia el portal.
-¡Uff, cuánto barro! ¡Cómo me estoy poniendo
los zapatos! –dice Leonor mientras el vaho le sale de la boca.
De pronto, un frío terrible la paraliza y se
siente mareada. Se agarra a su acompañante.
-¡Qué olor! -dice-, pero se repone.
Una mujer les espera fumando, la mirada tras las gafas fija, clavada en los personajes que aparecen con los zapatos completamente enfangados frente a su casa. Los guantes que lleva apenas cubren los dedos. Un hombre tose, tiene la barba desaliñada y la chaqueta raída. Entran en la casa. Un niño de unos diez años está sentado en el rincón moviendo las manos de forma mecánica. No ve ni oye nada de lo que ocurre a su alrededor. No se levanta.
-¡Qué olor! -dice-, pero se repone.
Una mujer les espera fumando, la mirada tras las gafas fija, clavada en los personajes que aparecen con los zapatos completamente enfangados frente a su casa. Los guantes que lleva apenas cubren los dedos. Un hombre tose, tiene la barba desaliñada y la chaqueta raída. Entran en la casa. Un niño de unos diez años está sentado en el rincón moviendo las manos de forma mecánica. No ve ni oye nada de lo que ocurre a su alrededor. No se levanta.
-Hola, soy la Princesa -dice Leonor
desconcertada-. Es Navidad y vengo a regalarte mi pelota de futbol firmada por
los jugadores de la selección española.
El niño agarra el balón, le echa un vistazo
con sus pequeños y negros ojos, le da la vuelta, lo manosea y lo lanza a una
caja que tiene a su lado.
-¿Cómo es posible? –dice Leonor enfadada-.
No se cree la reacción del niño, cierra los
ojos un momento. Al volverlos a abrir ya se ha acostumbrado a la oscuridad y
mira la casa: un montón de balones firmados como el que ella ha traído, agujas
de coser, trozos de cuero, hilo, ... De pronto, una puerta se cierra de golpe.
Leonor se sobresalta y se apresura a salir. Choca con la mujer que fuma. Sale a
toda prisa, pero el hombre que tose se pone delante cerrándole el paso.
-Gracias, señorita por su generosidad -le
dice-, esta pelota es como las que cosemos en casa. Se la venderemos a la
empresa que nos las encarga y será nuestra paga de Navidad.
Leonor sale confusa hacia el coche. Entra a
trompicones.
-¡Rápido, arranca ya!
Se queda sola, aturdida por la experiencia.
Una pregunta le ronda por la cabeza: ¿paga de Navidad?, ¿qué es eso?
@jregojo #RegEye
Me ha gustado. La realidad expuesta como tal.
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