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sábado, 18 de febrero de 2023

El círculo vicioso de la miseria

 


Relato publicado en la revista mexicana Aion el 15 de febrero de 2023: 
https://aion.mx/literatura/el-circulo-vicioso-de-la-miseria



—¡Vamos viejas, moveos, joder! —gritaba el imberbe guardia civil— ¡Seréis putas, caguendiós!, ¡y no me habléis en arañol, coño! 

Debía de ser uno de los primeros destinos que tenía, el norte de África, y quería demostrar su autoridad, pero el odio contra las mujeres ya lo traía de fábrica. Se le notaba.

Venían todas juntas en fila india, una Santa Compaña de bultos y grandes paquetes, en silencio. Guardaban energías para la batalla que se avecinaba: cruzar la frontera. Sus pasos acompasados y el sudor las hacía parecer mulas bajo el sol, supongo que de ahí les viene el nombre. Eran visibles desde lejos, como si fueran una recua levantando polvo. Sus caras morenas y cansadas, tapadas algunas y vestidas de oscuro la mayoría. Casi todas con su hiyab.

A mis cincuenta años, y después de haber salido de las profundidades del alcohol y de una ruptura de pareja, ya nadie se acordaba de aquel periodista intrépido al que todo el mundo quería publicar. Aquel valiente reportero que destapó el principal foco de reclutamiento del terrorismo yihadista en España el año 2010. «¡Qué efímera es la fama y que rápido te engulle el olvido! —pensé». Necesitaba volver. Este país que me lo dio todo, me lo tenía que devolver. «¿Seré capaz? —me pregunté a mí mismo». «No lo sé —me respondí».

Se acercaban y me aparté de su mirada. Quería que no me viesen, que fueran ellas mismas, por eso me di prisa en esconderme entre los edificios del paso fronterizo. Me interesaba su naturalidad para un reportaje que me habían encargado escribir junto a la biografía de Antonio López Sánchez-Prado, el primer alcalde republicano que fue asesinado por la Legión de Millán-Astray en la playa del Tarajal en julio de 1936. 

Ahí estaba yo, de pie, viendo ese espectáculo dantesco, sin hacer nada, solo observaba y escuchaba un eco continuado de Assalamualaikum. En el otro lado, hacia donde ellas se dirigían, podía ver a decenas de personas hacinadas, los paquetes estaban por todos lados, envueltos en tela de saco y atados con cintas y cuerdas; se oía un ruido ensordecedor, una cacofonía de motores y gritos unidos por un hedor a sudor y gasoil. 

—¡Demonios!, ¡os debería dar vergüenza!, ¡rápido! —abroncaba el joven guardia civil sin importarle que la mayoría de ellas tuvieran edad de ser su madre o abuela.

Ya habían llegado hasta donde yo estaba. Pasaban junto a mí, una fila de hormigas, chorreando sudor, arrastrando los pies y con la cara gris del polvo del camino. Una de ellas, joven y altiva, me vio. Lo noté, a pesar de estar medio oculto. Hizo una señal a sus compañeras y un pequeño grupo de cinco mujeres, de edad indefinida, se apartó de la fila y se dirigió hacia donde yo estaba. Iban vestidas con ropa ancha, larga y un velo, todas llevaban la cabeza cubierta, aunque dos de ellas dejaban entrever su melena. Solo una, la más vieja, iba tapada por un manto negro que le cubría de pies a cabeza. El rostro de la que parecía la líder me resultaba familiar.

Assalamualaikum —dijeron.

Wa 'alaykumu as-salam —contesté.

—Eres el periodista Escribano, ¿verdad? —dijo la que me resultaba familiar—. Desde Fnideq, a unos siete kilómetros de esta maldita frontera que separa Europa de África, venimos solo por verte.

—¡Vamos, coño! ¡Moveos! ¡Moved el culo de una puta vez! —seguía vociferando el imberbe—. Ya tienen razón, ya, cuando dicen que a la mujer y a la mula, vara dura —espetó entre carcajadas.

—¿Qué quieren? —les pregunté.

—Te hemos buscado en Tánger y en Tetuán —dijo una de las mujeres jóvenes que mostraba parte de su cabellera—, pero nos informaron que ya no vivías allí, que te habías trasladado a este lado de la frontera. Sabemos que hace tiempo que no escribes. Tus artículos en la prensa eran conocidos y respetados entre un sector de la población que desea una mayor apertura y no quiere volver al integrismo. Por eso hemos venido. Creemos que tus artículos pueden seguir teniendo influencia en el gobierno y por eso nos interesa que escribas sobre nosotras y nuestra situación.

Yo ya sabía quiénes eran, pero no quería demostrarlo. El hecho de que me hubiesen llamado por el apodo, Escribano, ya me indicaba qué querían. Solo se dirige a mí de esta manera gente relacionada con la prensa o con la política.

—Pues sí, Escribano, por fin te hemos encontrado, gracias a Alá o a tu Dios —dijo la que parecía ser la líder—. Vámonos lejos de ese imbécil con uniforme.

El guardia civil fue directamente hacia ellas hasta que me vio. Se paró y les echó un vistazo con desprecio a unas, con lujuria a otras. Una mirada sucia y oscura que se coagulaba sobre la piel de cada una de las mujeres, mientras pasaban frente a él. Nos acercamos a una cafetería. Les pregunté si querían tomar alguna cosa, aunque fuera un vaso de agua. Se sentaron, secándose el sudor con servilletas de papel.

—No, gracias —dijo una de ellas—. Venimos con un encargo.

—Tú me conoces, ¿verdad?, no te hagas el loco —me espetó la que llevaba la voz cantante.

—Creo que sí —le dije—, te he visto antes en alguna parte. ¿No serás Safiyya, la española que vive en la frontera?

—Sí, la misma.

—¿Seguro que no queréis ni siquiera un vaso de agua? —les volví a preguntar.

—Ya que insistes tanto, no te vamos a llevar la contraria.

Pedí al camarero unas botellas de agua y las cinco mujeres con sus vestidos polvorientos se las bebieron en un abrir y cerrar de ojos. Luego pedí más agua y se la volvieron a beber. 

Sabía que el grupo de mujeres de Safiyya me andaba buscando desde la muerte por aplastamiento de Yasmina y la violación de otras dos mulas.

—¿Y qué os trae por aquí?

—A ti.

—Ya me tenéis.

—Llevas tiempo viviendo entre nosotras, escondido en este agujero. 

—No me oculto. Aquí estoy bien. ¿Y qué queréis?, soltadlo de una vez —les dije de nuevo.

—¿Siempre eres tan maleducado? —me preguntó la que parecía más joven—.

—Sí, eso dicen.

—Pues se trata de que las mulas necesitamos visibilidad —interrumpió Safiyya—. Queremos que un hombre, con una firma reconocida, escriba nuestra historia para denunciar públicamente esta situación. Por desgracia, no es lo mismo si lo hace una mujer. Solo si un hombre hace notorio cómo vivimos las mujeres mulas, nuestro día a día podrá mejorar. Por eso te necesitamos. Eras de fiar y sabemos que escribirás la verdad, a pesar de ser un borde.

Por un lado, quería darles largas porque no me gusta que me digan lo que tengo que escribir, pero lo cierto es que su historia encajaba a la perfección para el artículo que me había encargado un diario europeo. Además, los problemas que tendría con la policía marroquí me darían publicidad.

—¡Acabemos pronto con este tema, que hemos de volver a Fnideq! —dijo una de ellas que, hasta el momento, había pasado inadvertida.

—No os preocupéis por eso, os podéis quedar donde estoy viviendo. Hay colchones para todas.

—¡Eso sí que no!, yo no voy a pasar la noche en casa de un extranjero, ¿qué dirían en la aldea?

—Y tú, ¿estás casada? —le pregunté a una que no decía nada.

—Yo no tengo marido, Escribano. No me quiero casar con estos de aquí, quiero un español.

—¡Como si eso fuese garantía de algo! —dije, riéndome a carcajadas.

No paraban de hablar hasta que Safiyya las mandó callar.

—¿Quieres venir con nosotras? —me preguntó directamente.

—¿Adónde?

—A Fnideq. Por eso vinimos. Para llevarte.

En ese momento, tuve ganas de desaparecer. Salir de la cafetería y evaporarme.

—¿Y qué queréis que haga yo ahí?

—Queremos que nos acompañes y que veas nuestro día a día en primera persona, que nos conozcas sin interferencias ni censura. 

 —No puedo ir —les dije.

—Yo no quiero ni tu agua —dijo Soad—. Nada quiero de ti. 

Se levantó y se marchó, no sin antes tirarme el contenido de su vaso a la cara.

—¡Nadie se nos montará encima si no doblamos la espalda, ni siquiera este! —gritó con desprecio, mientras salía del bar—. Os espero fuera, no quiero perder más tiempo con este tipo.

—¡Maldita salvaje! Suerte que era agua y hace calor —dije mientras me secaba.

—A mí, en cambio, me dan ganas de darte una bofetada —dijo Safiyya—. Pero me aguanto. Te vamos a llevar a Fnideq. Eres el único que puede escribir el artículo.

—Buscad a otro. Yo no quiero tener vela en este entierro.

La más vieja de todas, la mujer vestida de negro, tenía lágrimas en los ojos, lo único que le veía, y le temblaban las manos. Se levantó con dificultad y se plantó ante mí.

—Yasmina era mi hija —dijo secándose las lágrimas—. No quiero que le pueda suceder lo mismo a mis otras hijas, o a las chicas del pueblo.

—No tienes por qué llorar —dije de forma estúpida.

—No quiero que el patrón abuse de mis hijas cuando sean mulas, como ocurre con las fresadoras. ¿Lo entiendes? Esperábamos que tú nos ayudases. Se levantó y salió de la cafetería.

—¿No lo entiendes, Escribano? —añadió una de las chicas que no había abierto la boca hasta ese momento—, la suya es la voz que grita en el desierto, la protesta del alma desolada. 

—Me quedo —dijo Safiyya—. Haré un último intento yo sola. No te será tan fácil librarte de nosotras.

—Pero, ¿cómo te vas a quedar con él?, ¿qué dirán? —le dijeron las compañeras mientras se levantaban—. Pensarán mal de ti.

—No será peor de lo que ya opinan. Que murmuren lo que quieran. ¡Qué más da! Ya tengo una reputación. Me quedaré contigo —me dijo—, pero solo si me prometes que andaremos juntos hasta Fnideq antes de que amanezca. No puedes dejarme ir sola. Lo que me podría pasar por esos caminos caería sobre tu conciencia.

—Pero... —intenté contestarle mientras nos levantábamos de la cafetería e íbamos a mi casa.

—No te olvides el libro sobre la mesa —dijo Safiyya—. ¿Qué lees?

—Un cuento del mexicano Juan Rulfo, Anacleto Morones.

Una vez llegamos a la casa y, siguiendo la tradición, le ofrecí un té. Eché una cucharada de té en la tetera, y le añadí agua hervida calentada en un recipiente aparte. Noté que Safiyya me observaba en silencio. Dejé reposar el té un par de minutos, y lo tiré. Añadí azúcar a la tetera y más agua hirviendo. Esperamos en silencio a que hirviese y le eché hierbabuena. Unos minutos después, azúcar. Por último, y con la mirada de Safiyya clavada en mi cogote, llené un vaso y lo devolví a la tetera tres veces, como marca la tradición, y serví dos vasos, dejando que el té cayera en picado sobre el vidrio. En ese momento, Safiyya añadió un poco de hierbabuena.

—Felicidades, Escribano —me dijo—, realmente me has sorprendido con la preparación del té. Sin embargo, no creas que por ello me olvido del tema que me ha traído hasta aquí. 

—No, no —dije con una sonrisa—, ya lo suponía. Pero nos entenderemos mejor alrededor de un buen té.

—Estás desmejorado desde la última vez que te vi. ¿Qué te ha pasado? —preguntó Safiyya—. Te veo hinchado y has perdido pelo, además te has afeitado el bigote que llevabas.

—Sí, he tenido una mala época: alcohol y depresión. Me ha costado aceptar el paso de los años. De todas formas, ya está superado, o eso espero —contesté.

—Las mujeres mulas —me contó Safiyya como si no le hubiese importado mi último comentario— transportan cada día a sus espaldas unos 60 kilos de materiales. Es un trabajo lleno de riesgos por las estampidas en la frontera, el peso de los bultos y los abusos sexuales de los encargados de asignar los fardos. Todo por siete o diez euros por paquete transportado. ¿Lo sabes, verdad?

—Sí, lo sé. Cuantos más viajes, más ganan, por lo que no tienen tiempo para descansar. Creo que algunas cruzan durante cinco horas al día, cuatro días a la semana y con cuidado de que no cierre la frontera. 

—¿Y la corrupción, qué me dices de eso, Escribano?

—Sé que la mayoría de los almacenes están en manos de mafiosos marroquíes y españoles que las explotan. Asimismo, he visto sobornar a aduaneros para que miren hacia otro lado cuando pasa su mercancía.

—Supongo que también sabrás que hay contrabando de certificados de residencia. Así, las mulas que no viven cerca, lo obtienen por unos 500 euros y pueden cruzar la frontera sin visado.

—Sí, lo sé.

—Veo que estás mejor informado de lo que pensaba. El caso de Yasmina fue algo diferente. Ella transportaba en sus espaldas 50 kilos. Ese día ya llevaba tres viajes y le propusieron un cuarto más pesado, aceptó, pero tuvo la mala suerte de tropezar y el bulto le cayó encima. Se desnucó. Además, se había atado a la cintura varios pares de zapatos, y amarrado cajas de bragas a los muslos, lo que le impidió moverse libremente cuando cayó bajo el fardo.

—¡Joder! No sabía que se había desnucado —exclamé, mientras rellenaba las tazas de té.

—Antes de salir de sus casas —dijo Safiyya—, rezan sus oraciones por la mañana y se preparan, sin saber si volverán vivas o muertas.

En ese momento, se levantó la ropa interior para mostrarme los moratones que tenía en las piernas, fruto de la policía militar, que a golpe de porra y cinturón tratan de poner orden.

—Fui golpeada por los mejaznis cuando intentaba avanzar hacia el frente de la cola —dijo—. Si no me detuve, no fue por mi voluntad, sino porque la multitud me empujó. Los guardias nos apalean como si fuéramos ganado.

—¿Quieres otro té?, tenemos una larga noche por delante y hay que mantenerse despierto.

—Sí, gracias, pero deja que siga explicándote. Antes, las mulas solían ser madres solteras que no tenían otra opción para ganarse la vida, ahora están compitiendo con jóvenes con antecedentes por drogas que nadie les quiere contratar legalmente. Cuando ellas llegan, se dirigen a un jefe que les indica, entre comentarios soeces y tocamientos, lo que tendrán que hacer. Una vez repartido el trabajo, han de esperar a que los guardias abran las puertas de la frontera; allí, comienzan las peleas por entrar y lograr un espacio por donde cruzar. 

Faltaban unas pocas horas para que empezara a amanecer. Seguíamos bebiendo el té a sorbos y comiendo hummus de garbanzos y baklavas de diversos tipos.

—En este país, se nos entrena para no ver. La educación deseduca, uniformiza, y los medios de comunicación incomunican, manipulan. Se nos educa para ser mansos como ovejas, estar embrutecidos por la ignorancia, por el consumismo y por la televisión. Nuestros jóvenes están abotargados por el hábito de la obediencia, vigilados de lejos. Lo cierto es que solo si luchas, puedes perder, si no luchas, estás perdido.

—¡Qué dura eres con los tuyos!

—Dura, no. Soy realista. Vamos, Escribano, levántate y marchemos ya o se nos hará tarde.

No sé por qué motivo, pero yo era un autómata en esos momentos. Me levanté y la seguí. Teníamos un largo camino de unas cuatro horas por delante con la única compañía de los ladridos de perros. Parecía que no íbamos a encontrar nada al otro lado del camino, pero al final siempre aparecía una llanura llena de grietas y de arroyos secos. Caminábamos en silencio. Ya llevábamos más de dos horas de ruta y seguían los ladridos. De repente, un olor a humo fue el primer indicador de que el pueblo no se encontraba lejos, además el viento lo iba acercando mientras nuestro silencio seguía manteniéndose para no malgastar energías.

Cayó una única gota de agua. Esperamos a que cayesen más y las buscamos con los ojos. Pero no había ninguna más. No llovía. La nube había huido. Seguimos caminando más de lo que habíamos andado. Nos detuvimos para ver llover y no llovió. En esa llanura seca no había nada, solo polvo, arena y cactus. Y por ahí íbamos nosotros, a pie y en silencio. Algunas lagartijas asomaron la cabeza por encima de sus agujeros. Conforme bajamos, los ladridos de los perros se iban acercando hasta tenerlos al lado. Seguimos adelante, adentrándonos en el pueblo: aguas residuales a nuestro paso, cables de la luz enredados entre sí en un sinfín de empalmes ilegales, un centro de salud desvencijado llamado ‘el Tarajal’ y niños aburridos esnifando cola en plazas sin columpios. Esa era la imagen de bienvenida. Una ráfaga de viento sacudió los jirones de banderas que colgaban de los balcones.

—Aunque yo sea española, mis padres nacieron aquí, volvieron y viven aquí desde hace años.

—¡Mira, Safiyya! En ese grupo hay gente llorando. ¿Qué pasará? —pregunté, mientras oía voces plañideras mezclarse con ladridos de perros y el ulular del viento.

—¡Es mi familia! —gritó y salió corriendo.

—¡Safiyya, hija! —se oyó un grito entre la multitud de mujeres—. Umaima ha muerto. Una desgracia. Hace dos días que fue arrollada en la verja y el médico dijo que no tenía nada. Llamamos a una ambulancia y para cuando llegó y la condujeron al hospital, la pobre murió. Solo llevaba un mes cargando bultos por la frontera. 

—¡Hola, madre!, menuda desgracia. 

Se volvió hacia mí. Me miró directamente a los ojos, indignada.

—Aquí, las agujas del tiempo retroceden, alocadas; se agitan en un permanente descenso a los infiernos.

—Sí, …

—¡Calla, no digas nada! Es mejor así. 

—Pero, …

—¡Calla, te he dicho! Esto es un no parar —dijo—, ¿te das cuenta, Escribano?, ¿no es eso lo que querías?, verlo tú mismo. Para ayudar a que la realidad cambie, hay que empezar por verla. Para esta gente, en el sueño del siglo XXI no hay otra cosa más que sol y hambre. Espero que lo sepas escribir bien y recuerda que la tierra que ahora pisas fue la de sus últimos pasos.

Safiyya se marchó con el resto de mujeres. Al otro lado, vi a un grupo de hombres con la policía militar rodeando a un anciano desconsolado. Un par de chavales se acercaron hasta donde yo estaba.

—¿Qué pasa? —les pregunté.

—Es el padre de Umaima —uno de ellos me comentó—. Se quieren asegurar de que no denuncie la muerte de su hija. Le harán firmar el certificado médico que especifica que ha sufrido un ataque al corazón —susurró—. Como siempre. Vivimos en una sociedad de sordomudos: prohibido escuchar y prohibido decir la verdad.

—Nuestro entorno está mudo y quiere olvidar lo que vive —añadió el otro chaval—. Nadie reconoce que la verdadera dignidad está en la memoria, no en el olvido.

—Sí —comenté—, es ese silencio que anula la esperanza, el deseado olvido, germen del círculo vicioso de la miseria.

Se marcharon y me dejaron solo con mis cavilaciones. Me encontré ante un dilema que únicamente lo podría resolver el azar. Metí la mano en el bolsillo, tomé una moneda y la lancé al aire. El sol me deslumbró, la moneda cayó al suelo, me agaché a recogerla y vi cómo había caído. La volví a meter en el bolsillo, me di la vuelta y volví a esa vida que tan poco me gustaba: la biografía de Antonio López Sánchez-Prado me estaba esperando.


jueves, 16 de febrero de 2023

Notas desde la Villa de Candelaria (Tenerife). 7.- Risas y lágrimas

 



Febrero 2023. No.7


Hoy publico una entrada extraordinaria en homenaje a un joven, D., que debería estar preparando su disfraz de carnaval.


La calima de hace dos días nos trajo, por contraste, la luminosidad del día de ayer. Jornada en la que se eligió, entre música y alegría, a la Reina del Carnaval 2023. Esa calidez, por contraste, nos ha traído el frío de hoy, no solo climático, sino también por la pérdida voluntaria de un joven de veintipocos años, que decidió dejarnos antes de hora. Mañana, por contraste, también tendremos la Cabalgata Anunciadora del Carnaval, seguida de unas semanas de bailes y fiestas repartidos por todo Tenerife. 

No es la primera pérdida cercana por voluntad propia que he sufrido entre las amistades y seres queridos que me rodean. De hecho, en 2012 escribí un cuento que resultó ser de mucha utilidad para aquellas personas que se quedan aquí lamentando y llorando la ausencia del ser querido: Max y su sombra. Es un libro que ya está descatalogado, la editorial no existe, pero lo podéis leer aquí.

Hoy, en la iglesia de Santa Ana, en Candelaria, he asistido a la misa funeral en recuerdo de D. Un joven sacerdote ha oficiado una ceremonia digna y sentida. La tristeza y lágrimas de familiares y amigos estaba acompañada por el sonido festivo de tambores proveniente de la plaza de la Basílica de Nuestra Señora de la Candelaria, situada a pocos metros de esta pequeña y acogedora parroquia del casco antiguo, con un rico patrimonio artístico en su interior. 

Risas y lágrimas, vida y muerte, calor y frío, nubosidad y claridad, ruido y silencio. Contrastes brutales sin anestesia. 

D., sin querer, nos ha sumido en una especie de koan o acertijo Budista Zen, aparentemente imposible de resolver, que crea un estado mental de confusión cuya solución pasa por romper con la lógica con la que nuestro cerebro funciona a diario. D., respecto a la vida y la muerte, nos avisa: «No comienza, no termina, ¿qué es?»


La entrada anterior: El Malpaís de Güímar




miércoles, 1 de febrero de 2023

Notas desde la Villa de Candelaria (Tenerife). 6.- El Malpaís de Güímar

 




Febrero 2023. No.6

El término ”malpaís” se refiere al accidente de relieve caracterizado por la presencia de rocas poco erosionadas de origen volcánico. Es decir, el terreno que la lava cubre tras una erupción. Cuando esta se enfría, se convierte en una roca muy dura que tapa la superficie e intenta acabar con todo lo que habita sobre ella. Por fortuna, no lo consigue, siempre hay vida verde que aparece entre las grietas.

Además del Malpaís de Candelaria, situado en la parte alta del municipio, a unos cinco kilómetros del centro de la Villa, existe el Malpaís de Güímar que vamos a visitar hoy.

Salimos de la Villa siguiendo la costa hacia el sur de la isla. Una vez hemos sobrepasado el polígono industrial y las playas de la Viuda y el Socorro (Chimisay, en guanche), el océano a nuestra izquierda nos lleva de la mano en dirección a una zona con una montaña o volcán a la derecha: la Montaña Grande. Llegamos al Puertito de Güímar donde nuestros guías nos esperan para iniciar la ruta circular.

El Malpaís de Güímar es un paisaje exclusivamente volcánico de 3 km cuadrados de extensión. Se extiende desde la Montaña Grande hasta el litoral. Por un momento, me fundo con los vientos alisios y observo desde las alturas las coladas de lava basáltica que formaron este entorno. Curiosamente, no surgieron del cráter, sino por fisuras en su base, que se dirigieron hacia el mar. Como parte de los alisios que soy, al tiempo que sobrevuelo las coladas, voy pisando un terreno pedregoso, donde las tabaibas y cardones, con su aspecto de candelabro, nos van guiando. Nuestros guías nos hacen ver que hay dos tipos de lava:

  • La AA, palabra hawaiana que significa “pedregosa”, cubre la primera parte de la ruta en la que encontramos invernaderos de plátanos, algunos ya abandonados, y tabaiba amarga;
  • La Pahoehoe, palabra, también hawaiana, que significa “suave”. Se trata de coladas de lavas que muestran rugosidades que se asemejan a cuerdas, lo que le da el nombre de lava cordada, entre arbustos de tabaiba dulce.

El centro de nuestra ruta es el cráter de la Montaña Grande o Montaña del Socorro (la Montaña de Archaco, en su denominación guanche, que significa 'gran estornudo') de 278 metros de altitud. Evitamos encaramarnos al cráter para no agravar 'la cicatriz' que, año tras año, se agudiza por las subidas descontroladas durante la Bajada de la Virgen del Socorro. Continuamos por el sendero y al llegar a la zona Pahoehoe, observamos una pequeña salina, a nuestra derecha (ahora en desuso). Un poco más adelante, entre siemprevivas, tomillos, lechugas y uvas de mar, llegamos al Puertito de Güímar, principio y fin de la ruta.

Esta interesante visita no habría sido posible sin el trabajo de los jóvenes, alumnos y profesores, del proyecto PFAE-GJ CANDELARIA AMBIENTAL, un programa público de empleo-formación, destinado a personas desempleadas sin formación específica. El objetivo del mismo es facilitar el acceso al trabajo mediante el aprendizaje y la experiencia profesional en una ocupación. Los chicos y chicas que conformaron el grupo que nos guio, nos ayudó a conocer y respetar más y mejor el medio ambiente que nos rodea. Un gran proyecto que capacita a muchas personas jóvenes de Candelaria a transmitir valores ecológicos y medioambientales capaces de contrarrestar la avaricia y codicia de aquellos que venden las islas a las multinacionales turísticas y hoteleras, cuyo único objetivo es velar por sus intereses en detrimento de la salud ambiental del entorno y de los habitantes de Canarias.


La entrada anterior: Un año más


lunes, 2 de enero de 2023

Notas desde la Villa de Candelaria (Tenerife). 5.- Un año más


Enero 2023. No.5 


Sentado en el banco frente a la playa del Alcalde, veo la línea del horizonte. Una fina línea que no es sino el mar al confundirse con el cielo. Una pradera de agua azul que se mezcla con el infinito, en el fondo del fondo, donde no alcanza la vista. Desconozco el origen del nombre de esta playa, a pesar de habérselo preguntado a la alcaldesa, cargo que ocupa desde 2015, vía Twitter, sin obtener respuesta. No sé si se debería cambiar el nombre a uno más genérico: playa de la Alcaldía.

    Mientras sigo hipnotizado por esa recta infinita que oculta lo que hay más allá, a mi lado, hay un grupo de turistas comiendo churros. No siempre somos conscientes de todo lo que vemos. A veces, no queremos ver lo que sabemos que no nos gustará encontrar, y preferimos ignorarlo. Hoy, desde el banco, veo el final marcado en esa línea, otros días veo, como recién sacada de la lavadora, una colada de nubes tendida de ella, y otros el perfil de la isla de Las Palmas de Gran Canaria enfilado sobre la misma. Tres visiones de una misma realidad y las tres son ciertas.

    Con la llegada del 2023, cumplimos un año más, somos un año más sabios e inconscientes. Esta reflexión me transporta a la campaña institucional del Gobierno canario para atraer a ciudadanos europeos de más de 55 años (llamados ‘silver plus’)* para que vengan a vivir aquí bajo el lema “las islas que alargan la vida”. Una curiosidad del spot es el considerable número de actores que parecen más jóvenes de 55 años, ¿una manera de apelar a la vanidad de los que ya superamos los 60?

    Por otro lado, me duele saber que mientras los europeos del norte vienen a “alargar su vida”, la calidad de vida de los canarios (europeos del sur) empeora a partir de los 60 años. Según un estudio publicado por el Centro de Estudios Demográficos de la Universidad Autónoma de Barcelona (CED-UAB), Canarias está entre las tres comunidades autónomas en las que peor envejece su población.


¿Por qué no se dedica una tasa turística a ‘alargar más la vida’ de la población canaria?


    Volviendo al informe, las mujeres en Canarias pueden aspirar a vivir con buena salud una media de nueve años a partir de los 50 (la cifra más baja de España) y los hombres unos diez años (el tercer peor dato). Resulta que la esperanza de vida con buena salud a partir de los 50 años está directamente relacionada con el gasto sanitario público. Vemos, según el estudio, que las comunidades que tienen una esperanza de vida con buena salud más alta son La Rioja, Baleares y Cataluña (hombres) y Navarra, Cataluña y Aragón (mujeres), mientras que por la cola se encuentran Murcia, Castilla la Mancha y Canarias (hombres) y Canarias, Murcia y Galicia (mujeres). Este estudio, publicado por la revista Perspectivas Demográficas, muestra que un gasto público de 800 euros más por persona en salud entre 2006 y 2019 se tradujo en 1,5 años más de esperanza de vida con buena salud para los hombres y en 1,2 años para las mujeres.


¿Cuánto gastó el Gobierno canario en la salud de aquellas personas que convierten Canarias en un paraíso para los ‘silver plus? ¿Cuándo el lema “las islas que alargan la vida” se aplicará a los habitantes que trabajan, viven y cotizan en Canarias? 


    Por último, es importante no mezclar la mayor esperanza de vida con vida saludable, cosa que algunos políticos sí hacen. Este estudio demuestra que las comunidades con mayor esperanza de vida no siempre son las que tienen más años de vida saludable. Un ejemplo claro es la Comunidad de Madrid, con una mayor esperanza de vida entre los hombres de 50 años en 2019, pero obtiene un séptimo lugar en la clasificación de años de vida saludable. La conclusión es clara, cuanto mayor es el gasto sanitario público per cápita, mayor es el número de años que se vive sano. Tal como dice el informe, “gastar en salud, resulta una inversión saludable".


Curiosidades:

Según el Diario de Avisos del 7 de noviembre de 2022, Canarias está entre las comunidades con menos esperanza de vida del país.

Según eldiario.es de Canarias del 23 de noviembre de 2022, Canarias es la cuarta comunidad de España con mayor esperanza de vida.

Mientras que el primero se basa en un estudio, Perspectivas Demográficas, del Centro de Estudios Demográficos en la Universidad Autónoma de Barcelona (CED-UAB) entre los años 2006 a 2019, el segundo, Esperanzas de vida en España, ha sido llevado a cabo por el Ministerio de Sanidad entre los años 2006 y 2020.






La entrada anterior: El océano desde Candelaria

lunes, 19 de diciembre de 2022

La paga de Navidad

 


Relato publicado en la revista mexicana Aion el 1 de diciembre de 2022: 
https://aion.mx/literatura/la-paga-de-navidad


Se acabó el mundial de fútbol de Qatar 2022 y ya nos podemos olvidar, si no lo hemos hecho desde el principio, de los más de 6.500 trabajadores muertos en las obras de ese acontecimiento, ¿deportivo? Falta poco para celebrar la Navidad y dar la bienvenida al nuevo año, días en los que la gente, dicen, se acuerda de los más desfavorecidos y se propone cambios en su vida. Semanas en las que muchas personas hacen sus obras caritativas anuales para sentirse bien el resto del año y, de paso, desgravar un poquito. La iluminación navideña luce en todo su esplendor, para demostrar a Putin que no podrá con nosotros, y el consumismo supura por las venas saturadas de nuestro mundo cristiano-occidental.

Ese día, Leonor, una chica despierta, amaneció en su habitación con una sensación de bondad repentina.

—Mamá, he tenido una idea. 

—¿Sí, cariño?, ¿cuál?

—Quiero hacerle un regalo a un niño pobre. 

—Hija, ¡qué orgullosa estoy de ti! Seguro que tu padre también lo va a estar en cuanto se lo diga. 

—Le diré a mi ayudante de cámara que se ponga en marcha por las redes sociales y me busque uno, pero que sea español.

—Por cierto, ¿qué le vas a regalar?

—La pelota que me trajo papá del último Mundial. La del 7-0 a Costa Rica, que me obsequió la selección de fútbol.

—¡Qué buena idea!, además está firmada por todos los jugadores. Eres digna hija de tu padre y heredera del trono. Él siempre dice que la gratificación ha de estar en función del gratificado. 

—¿Qué quieres decir con eso, mami?

—Que hay que dar lo justo para que todo continúe igual. 

—¿Y eso es bueno, mamá?

—Pues, sí, tu padre me hizo ver algo que, antes de casarme con él, no me había dado cuenta: es importante conservar a los pobres para mantener el equilibrio natural. 

—¿El equilibrio natural, mamá?

—Sí, sin nuestra generosidad, se morirían. Hay que conservarlos vivos, sacarlos de su miseria sería inmoral.


Mientras el personal de palacio se dedicaba a buscar a quién regalar la pelota, Alizia contactó con su amiga de yoga, Carmencita.

—Hola, Carmencita, soy Ali —dijo la Reina—, mira, chica, estoy buscando un niño pobre para una obra de caridad que Leonor quiere hacer en estas fechas navideñas, ¿conoces alguno?

—Pues, pobre, pobre, querida, no conozco a nadie. No debe de haber muchos, digo yo. Déjame que piense un poquito.

—Es difícil, ¿verdad? Por más que le doy vueltas —dijo Ali—, no acabo de pensar en nadie.

—El otro día —comentó Carmencita—, oí cómo Alvarito, el hermano de tu ex-cuñado, se quejaba porque tenía problemas económicos. Sin embargo, por eso no diría que sus hijos sean pobres.

—Gracias, chica. No te preocupes, aunque no me has sido de gran ayuda, la verdad. Bueno, te llamaré mañana para ir de compras, ¿vale? Ahora voy muy liada con esto.

—Sí, hasta mañana. Por favor, no te estreses, la salud es lo primero y España os necesita, cariño.

Alizia también se lo comentó a su secretaria. Esta, que no soportaba la idea de verla triste, le propuso un niño que veía delante de la iglesia por donde pasaba de camino a su casa.

—¿Es español? —pregunta Ali, preocupada.

—Sí, creo que sí. No obstante, Majestad —comentó la secretaria—, no sé si es buena idea un balón, quizás sea más útil ropa de abrigo. Lo digo, por el frío que hace.

—Pero, ¿qué dices? —contestó la Reina—, el valor moral de un balón regalado por la Princesa da más calor y bienestar que todas las mantas del mundo juntas. Además, donde haya un corazón caliente que se quite lo demás. 

—De acuerdo, Majestad.

—De todas formas, lo que me preocupa es el interés que tiene Leonor por dárselo en persona.

—¿Por qué, Majestad?

—Una nunca sabe qué puede haber en esas casas y qué enfermedades le pueden contagiar. No sé, estaría más tranquila si te encargases de que la ropa que se ponga ese día desapareciera de palacio, ¿lo entiendes?

—Sí, Majestad.


Días más tarde, Leonor fue a la casa del niño. Cuando llegaron al barrio donde vivía, el coche tuvo que pararse a unos cincuenta metros del domicilio porque la calle era demasiado estrecha. Era un barrio en el que las casas se habían construido con algunas presencias y muchas ausencias. ¿Quién no lleva un nombre que antes no haya sido el de un muerto? La comitiva real descendió del vehículo y se dirigió hacia el portal.

—¡Uf, cuánto barro! ¡Cómo me estoy poniendo los zapatos! —dijo Leonor mientras el vaho le salía de la boca.

De pronto, un frío terrible la paralizó y se sintió mareada. Se agarró a su acompañante.

—¡Qué tufo! —dijo, pero se repuso. 

En ese momento, se dio cuenta de que la lástima que sentía se mezclaba con repugnancia. «Tendría que haber hecho caso a mami», pensó.

—Majestad, es el olor a pescado frito y sofritos que están cocinando en las casas de este barrio. Sí, es un poco fuerte —contestó el acompañante. 

—¡Calla y sigamos! —replicó tapándose la nariz—. Por cierto, ¿has traído lo que sobró de la cena de ayer para dárselo a este niño?

—Sí, Majestad. Aquí lo traigo, junto a la pelota.

Una mujer les esperaba fumando, la mirada fija tras las gafas, clavada en los personajes que aparecían con los zapatos completamente enfangados frente a su casa. Una mirada compasiva, vacía de quejas, mostrando el cansancio de los gritos silenciados por el hambre entrecortada. Los guantes que llevaba apenas le cubrían los dedos. 

—Para los de arriba, hablar de comida es bajo. Y se comprende, puesto que ya han comido —farfullaba para sí, mientras observaba la escena.

Un hombre tosió, tenía la barba desaliñada y la chaqueta raída. Leonor y la comitiva entraron en la casa. Era difícil ver nada, había poca luz. Era un lugar oscuro y vacío por completo. Sin embargo, cuando Leonor entró, tropezó con algo. Sus desnudos tobillos se hundieron todavía más en los zapatos. El comedor, aún conservaba la tibieza de coliflor hervida. Un niño de unos diez años estaba sentado en el rincón de la sala moviendo las manos de forma mecánica. No veía ni oía nada de lo que ocurría a su alrededor. No se levantó. Con ella entró en el local un olor a barro mojado del exterior.

—Hola, soy la Princesa —dijo Leonor, desconcertada—. Es Navidad y vengo a regalarte mi pelota de fútbol firmada por los jugadores de la selección española.

—¡Gracias! —le contestó el chaval sin levantarse.

El niño agarró el balón, le echó un vistazo con sus pequeños y negros ojos, le dio la vuelta, lo manoseó y lo lanzó a una caja con inscripciones en chino que tenía a su lado.

—¿Cómo es posible? —dijo Leonor enfadada— ¿Ya está?, ¿eso es todo?

No se creía la reacción del niño, cerró los ojos un momento. Al volverlos a abrir ya se había acostumbrado a la oscuridad y miró la casa: cajas de cartón con textos en chino, un montón de balones firmados como el que ella había traído, agujas de coser, trozos de cuero, hilo, ... De pronto, una puerta se cerró de golpe. Leonor se sobresaltó y se apresuró a salir. Chocó con la mujer que fumaba. Abandonó la sala a toda prisa, pero el hombre que tosía, con la majestad que da la artrosis, se levantó de la silla y se acercó con mucha dificultad y, apoyándose en la pared, se puso delante cerrándole el paso. 

—Gracias, señorita, por su generosidad —le dijo—. Lamer las llagas para ganar el cielo no es lo que nos hace falta, sino curarlas cada día. La vida no es un problema que tiene que ser resuelto, sino una realidad que debe ser experimentada. Además, esta pelota que nos ha regalado es como las que cosemos en casa. Se la venderemos a la empresa china que nos las encarga y será nuestra paga de Navidad.

Leonor salió confusa hacia el coche. Entró a trompicones. Una nube de náuseas infinitas le reventaba los pulmones. Se olvidó de los miembros de su comitiva que, atónitos con las cabezas inclinadas, observaban la escena.

—¡Rápido, arranca ya! —gritó al conductor, desencajada.

Allí, en el quicio de la puerta, siempre como en espera de alguien que nunca llega, aunque sin aparentar impaciencia, seguía la mujer fumando, reflejando en su figura desvaída un cansancio de siglos. 

Leonor, por su parte, sintió un dolor desconocido hasta el momento, era el malestar de la soledad en que aquella situación la había dejado. Esa frase que le habían gritado desde la calle, «la caridad consiste en no hacer más pobres», no encajaba con lo que le había dicho su padre. Allí, sola, en el interior del vehículo, aturdida por la experiencia, experimentó, por primera vez, miedo a las sombras, al tiempo, y se preguntó, «¿paga de Navidad?, ¿qué es eso?».