Abril 2024. Nro. 22
«Hasta que los leones no tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador» Proverbio africano
Sentado entre dos dragos, dosel natural donde los haya. Bajo un cielo azulado, nacido de la madre África, dejo morir el tiempo supuestamente inútil, ese que no existe. Ese que es lo que te pasa cuando a uno ya no le pasa nada. Una monotonía que, como diría Manuel Vicent, hace que los días resbalen sobre la vida a una velocidad increíble sin dejar una huella.
No soy un misántropo, pero me gusta estar solo frente al océano de Candelaria. Es una forma de compartir lo bueno que tiene la soledad y los recuerdos, gracias a la memoria. Este océano es un amigo que me incita y despierta, sufre y se alegra conmigo. Me anima a vivir con ganas un día más, aunque nada espere de él. Me ofrece lo mejor que me puede dar: cambios imprevistos en la rutina diaria para que no me someta a una vida anodina a través de sueños imposibles y deseos inconfesables.
Sobre mí, vuelan en círculo unas gaviotas en un baile vertiginoso, tan desenfrenado como los años de vida. Me saludan a su paso, y se olvidan, como debe ser. A diferencia, creo, del instante de la muerte, que es puntual y nunca se olvida. Se acerca sin saludar, solo para despedirse.
Noto que llega el momento de desperezarse y meterse en el mundo tangible. Ahí, la memoria no se rinde, siempre está presente, forma parte de mi día a día, en una lucha permanente contra el olvido para conseguir ordenar sus nostalgias. Lo cierto es que muchas veces me traiciona, porque reinventa la realidad. La memoria, ese bien preciado y peligroso para algunos, porque invoca y evoca. Invoca para pedir protección y evoca aquello recordado.
Sin embargo, del olvido nadie se acuerda, a pesar de ser la tecla que nos ayuda a vaciar nuestra memoria interna para poder seguir recordando. Sería imposible vivir rememorando cada detalle. El olvido es la condición para recordar, es una de las dos caras de la misma moneda, no puede existir sin la memoria. De ahí que el vértigo de nuestro pasado, como recuerda Benedetti, nos sitúa entre la memoria y el olvido.
De todas formas, escondida en el fondo del olvido, hay una memoria que no recuerda, la de los vencedores frente a los vencidos, que solo avala el resultado vencedor. Por eso, aunque la historia esté llena de vacíos olvidados que la memoria nunca olvidará, siempre recordaremos y nunca olvidaremos el vacío ignorado e impuesto al pueblo palestino. Rostros cuyos nombres no se desgastarán.
Silencio sonoro, soledad poblada.
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