@jlregojo

Mi foto
@jlregojo (Twitter/Instagram) - https://www.facebook.com/joseluis.regojo (FACEBOOK)
Mostrando entradas con la etiqueta Gaza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Gaza. Mostrar todas las entradas

lunes, 1 de abril de 2024

Notas desde la Villa de Candelaria (Tenerife). 22.- Memoria y olvido


 

Abril 2024. Nro. 22

 

«Hasta que los leones no tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador» Proverbio africano


Sentado entre dos dragos, dosel natural donde los haya. Bajo un cielo azulado, nacido de la madre África, dejo morir el tiempo supuestamente inútil, ese que no existe. Ese que es lo que te pasa cuando a uno ya no le pasa nada. Una monotonía que, como diría Manuel Vicent, hace que los días resbalen sobre la vida a una velocidad increíble sin dejar una huella.


No soy un misántropo, pero me gusta estar solo frente al océano de Candelaria. Es una forma de compartir lo bueno que tiene la soledad y los recuerdos, gracias a la memoria. Este océano es un amigo que me incita y despierta, sufre y se alegra conmigo. Me anima a vivir con ganas un día más, aunque nada espere de él. Me ofrece lo mejor que me puede dar: cambios imprevistos en la rutina diaria para que no me someta a una vida anodina a través de sueños imposibles y deseos inconfesables. 


Sobre mí, vuelan en círculo unas gaviotas en un baile vertiginoso, tan desenfrenado como los años de vida. Me saludan a su paso, y se olvidan, como debe ser. A diferencia, creo, del instante de la muerte, que es puntual y nunca se olvida. Se acerca sin saludar, solo para despedirse. 


Noto que llega el momento de desperezarse y meterse en el mundo tangible. Ahí, la memoria no se rinde, siempre está presente, forma parte de mi día a día, en una lucha permanente contra el olvido para conseguir ordenar sus nostalgias. Lo cierto es que muchas veces me traiciona, porque reinventa la realidad. La memoria, ese bien preciado y peligroso para algunos, porque invoca y evoca. Invoca para pedir protección y evoca aquello recordado.


Sin embargo, del olvido nadie se acuerda, a pesar de ser la tecla que nos ayuda a vaciar nuestra memoria interna para poder seguir recordando. Sería imposible vivir rememorando cada detalle. El olvido es la condición para recordar, es una de las dos caras de la misma moneda, no puede existir sin la memoria. De ahí que el vértigo de nuestro pasado, como recuerda Benedetti, nos sitúa entre la memoria y el olvido.


De todas formas, escondida en el fondo del olvido, hay una memoria que no recuerda, la de los vencedores frente a los vencidos, que solo avala el resultado vencedor. Por eso, aunque la historia esté llena de vacíos olvidados que la memoria nunca olvidará, siempre recordaremos y nunca olvidaremos el vacío ignorado e impuesto al pueblo palestino. Rostros cuyos nombres no se desgastarán.


Silencio sonoro, soledad poblada.


La entrada anterior:  La femineidad de Candelaria, una fuerza invisible

jueves, 1 de febrero de 2024

Notas desde la Villa de Candelaria (Tenerife). 19.- Duelo en el océano: un monólogo de muerte sin fin

 




Febrero 2024. Nro. 19

Siempre he sospechado que el amor, como la soledad o la amistad, están sobrevaloradas. Como el hecho de ir vestido con traje, o tener una carrera universitaria. No son más que excusas para no reconocer la poca importancia de nuestras vidas. De hecho, las cosas más decisivas de la vida suelen acontecer de un modo accidental.

En esto estaba yo reflexionando, cuando me topé con el indigente de Candelaria. Estaba, como era costumbre en él, tumbado al sol sobre un banco con un ligero babeo que le daba un aspecto bastante repugnante. Lo miré con detenimiento y recorrí mentalmente las historias que me habían contado de él, un conocido mecánico de la población. ¡Cómo se escapa el tiempo!, pensé. Algunos lo celebran a base de cumpleaños, otros, emborrachándose para olvidar.

Esta escena me obligó a retroceder en el tiempo. Cuando era otro y no imaginaba lo que he acabado siendo, un trozo de madera flotando en un mar caprichoso. En cambio, el que no fui se fue como si nada, sin avisar.

Di la vuelta, la soledad me llamaba. Me acompaña desde el día en que nací. Es la única que nunca me abandona, la que siempre regresa. Me senté sobre unas rocas del espigón y miré al océano. Tenía un semblante triste, no sabría explicar por qué lo sabía, lo intuía.

Atardecía, era el momento del crepúsculo, instante en que esos dos amantes, la Noche y el Día, intentan ser uno, pero solo consiguen rozarse sin alcanzar una unión plena. De ahí que el cielo sangre, herido, ante esa perpetua orden de alejamiento que sufre.

Era difícil escaparse de la mirada escrutadora del océano, testigo de la violencia que asfixia nuestra existencia. El oleaje venía muerto y seguía sin saber el motivo, aunque lo sospechaba. La desconfianza y el resentimiento están llenando el mundo de oscuridad. De repente, vi algo que flotaba, parecía un trozo de tela sin importancia que se acercaba, la poca luz que quedaba no me permitía distinguir qué era. Me agaché y con un palo lo acerqué hasta la orilla. Lo que encontré confirmó el duelo en el que vivía el océano: una kufiya, el típico pañuelo palestino, símbolo de lucha y resistencia de un pueblo que está siendo asesinado con total impunidad y la aquiescencia de nuestra clase política.



La entrada anterior: Mientras los versos se arrinconan en el olvido