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sábado, 20 de septiembre de 2025

Cuando mi hija se gradúe, me vestiré de verde


 

                                                                                 Para Lara, junio 2025

Cuando mi hija se gradúe, me vestiré de verde.
Pajarita esmeralda y sombrero hasta la frente. 

Encenderé un puro, aunque nunca haya fumado,

y lo celebraré, a pesar de que el colesterol proteste.


Cuando mi hija se gradúe, me vestiré de verde.

Mi madre fruncirá el ceño, lo sé, allí donde duerme.

¡Qué se le va a hacer!

Yo me reiré esperanzado.


Cuando mi hija se gradúe, me vestiré de verde.

La gente dirá: “¡Mira el viejo verde ese!”,

pero no es un simple color, 

es orgullo de progenitor.


Cuando mi hija se gradúe, me vestiré de verde.
Será mi rebelión: primero, lila; ahora, verde.

El color de quien nunca cede.

La herencia del que en un futuro femenino cree.


Cuando mi hija se gradúe, me vestiré de verde.

Su triunfo es nuestra gesta, un lazo que no cede:

madre, padre, hermana y abuelas... un linaje que precede.

Y así, por ella y por todas, mi camino será verde.




* Hace un año, mi otra hija también se graduó y recibió este poema:

Cuando mi hija se gradúe, me vestiré de lila (When my daughter graduates, I shall wear purple)

lunes, 1 de septiembre de 2025

Notas desde la Villa de Candelaria (Tenerife). 40.- Adiós a la utopía Candelaria, hola a la incógnita de Puerto de la Cruz



Tras tres años viviendo en Candelaria, marcho a Puerto de la Cruz. Han sido tres años inolvidables. Solo tengo palabras de agradecimiento para sus vecinos y vecinas por la cálida acogida que me han prestado desde el primer día. A pesar de dejar de ser residente candelariero, no dejaré de visitarla y, mientras pueda y ustedes quieran, seguir coordinando los dos clubes de lectura de la Biblioteca municipal: el de narrativa y el de poesía.
Quiero que este 'hasta pronto' sea con las palabras del último artículo del libro 'Notas y relatos desde Candelaria' publicado en la colección Taborno de Acte Canarias por la editorial Fuerte Letra.

*

Como sin querer, llegué a Candelaria y me metí de lleno en una utopía de sol, océano, volcanes, barrancos, magia y más sol. Un espacio donde el sol no está prohibido en la piel, la acaricia.

Una utopía donde empecé a crear un futuro cuando se espera que mire hacia el pasado, y viva de él. 

Una utopía en la que la soledad ha dejado de herir y permite una revisión del pasado de manera ponderada: cicatrices y caricias.

Una utopía que baila, ríe, lee, recita poesía y nada en un universo del que no se puede salir mientras libera luces en el corazón.

Una utopía donde los poetas son felizmente anónimos, desconocidos, invisibles y sin banderas.

Una utopía donde el océano, ayudado por los alisios, barre todas las melancolías, y los árboles caminan por la noche.

Una utopía en la que reinan a la par los ritmos latinos y el silencio y, además, se encuentra lo que busca el corazón.

Una utopía donde el invierno deja de ser gélido y fantasmal, el alma ya no tirita y el vacío de los silencios suena a carnaval.

Una utopía donde la mañana bosteza de felicidad y el océano acuna con una nana sin fin a las barcas.

Una utopía, en definitiva, en la que el corazón late en el lado derecho y cientos, miles de palabras ingrávidas flotan entre mis escritos.


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