Pantalones caídos,
cuerpos nerviosos, fibrosos,
moreno de sol poligonero.
Camisetas sin mangas,
brazos tatuados con relojes sin horas,
cabezas rapadas, con crestas, vacías.
Polígonos tuneados con paredes verdes de humedad,
hacinados de viviendas donde no se come caliente
e impera el ruido para tapar el silencio.
Chiquillas que dan biberones
entre flores, latas y vidrios
mientras chatean con el móvil.
Mocosas listas para quedar preñadas
de cualquier chandalerillo aguantaesquinas,
para huir.
Ilusiones envueltas
en bolsas de pegamento
al vaivén de una suave brisa de porro.
Miradas periféricas
cuya lozanía queda engullida
por una ceniza de realidad.
Corazones gastados, criaturas rotas.
La sociedad los llama poligoneros,
los trata como objetos perdidos.