Mayo 2024
Como sin querer, llegué a Candelaria y me metí de lleno en una utopía de sol, océano, volcanes, barrancos, magia y más sol. Un espacio donde el sol no está prohibido en la piel, la acaricia.
Una utopía donde empecé a crear un futuro cuando se espera que mire hacia el pasado, y viva de él.
Una utopía en la que la soledad ha dejado de herir y permite una revisión del pasado de manera ponderada: cicatrices y caricias.
Una utopía que baila, ríe, lee, recita poesía y nada en un universo del que no se puede salir mientras libera luces en el corazón.
Una utopía donde los poetas son felizmente anónimos, desconocidos, invisibles y sin banderas.
Una utopía donde el océano, ayudado por los alisios, barre todas las melancolías, y los árboles caminan por la noche.
Una utopía en la que reinan a la par los ritmos latinos y el silencio y, además, se encuentra lo que busca el corazón.
Una utopía donde el invierno deja de ser gélido y fantasmal, el alma ya no tirita y el vacío de los silencios suena a carnaval.
Una utopía donde la mañana bosteza de felicidad y el océano acuna con una nana sin fin a las barcas.
Una utopía, en definitiva, en la que el corazón late en el lado que quiere y cientos, miles de palabras ingrávidas flotan entre mis escritos.
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