Introducción
Amor platónico es el concepto de amor al que se refiere el filósofo griego Platón en su obra El banquete. Para él, el amor es algo básicamente puro y desprovisto de pasiones, puesto que estas son esencialmente ciegas, materiales, efímeras y falsas. El amor platónico es un sentimiento de amor idealizado, donde el elemento sexual desaparece; un amor a distancia, donde el objeto del amor es el ser perfecto, que posee todas las buenas cualidades y ningún defecto.
I
Era un sábado soleado: el día internacional de la liberación de los libros. «Hay días internacionales para todo», pensé, «pero este al menos es interesante». Estaba esperando a mi mujer en la calle Borrell, y vi un anuncio en una librería: Hoy liberamos libros entre 1 € y 2 €. «La cultura ya no se cotiza», reflexioné. Entré suponiendo que, como siempre llega tarde, no pasaría nada si hoy me esperaba a mí.
Una vez en el interior, empecé a rebuscar entre las cajas de libros, algunos ya los tenía, otros no. Uno de ellos me llamó la atención, Cuando fui mortal, de Javier Marías, una selección de cuentos breves. «No lo tengo», pensé. Atesoro prácticamente toda su bibliografía, pero este me falta. Me encantaba como escritor, no tanto en su faceta de columnista, últimamente era muy cascarrabias y su compañerismo con Alatriste era, las más de las veces, un poco casposo. Pagué los 2 €, lo metí en el bolsillo y marché a buscar a mi mujer. Allí estaba, esperándome. No me dijo nada por el retraso y menos cuando me vio salir de una librería.
Bajamos con tranquilidad hasta el Mercado de Sant Antoni para hacer la compra de los sábados por la mañana: pescado fresco, fruta y verdura directamente de los payeses. Hay un ritual no escrito los sábados de mercado que nuestros pies siguen de forma mecánica: pasamos por el punto verde y dejamos lo que llevamos para reciclar, entramos en el mercado a comprar, primero, la fruta y verdura y, a continuación, la carne y el pescado. Entre medio de las paradas, nos tomamos un café en el bar de la encrucijada. Nos gusta ese sitio porque tiene menús para jubilados. Todo un detalle. Una vez acabado el café, seguimos comprando lo que nos falta, damos media vuelta y volvemos por donde hemos venido. Así casi cada sábado.
Ese día en concreto, al pasar de nuevo por delante de la librería, me toqué el bolsillo. Comprobé que aún llevaba el ejemplar de Marías. Llegamos a casa, lo dejé sobre el sofá y guardé la compra. Preparé la comida mientras mi mujer ponía la mesa. Comimos en la terraza, hacía buen tiempo y siempre resulta más agradable. Cuando acabamos, nos hicimos un café cortado y cada uno se sentó frente a su ordenador a trabajar. Yo cogí el libro y fui a guardarlo en la estantería. Cuando llegué a la M de Marías verifiqué que ya lo tenía en una edición diferente. «Bueno, no pasa nada», pensé. Es una señal del destino para que lo vuelva a leer. No lo dejé y me lo llevé al comedor. Me senté en el sofá y lo abrí. Tenía una anotación en la primera página: Barcelona, 22 de junio de 1997, domingo, María Feijoo Aresti.
II
En estos momentos de confinamiento por el virus chino, tal y como lo bautizó Trump, el tiempo no pasa, no fluye, solo está, sin más; acompaña al tedio reinante. Unas veces lees, relees y sigue ahí, fijo e inmutable; en otras ocasiones, el hastío te lleva a ser tan perezoso que apenas lees. Te sientas, te levantas, bostezas, consultas el móvil, miras la televisión, ordenas papeles, revistas, … hasta la saciedad. Vegetas rodeado de una tranquilidad amenazadora, un peligro silencioso, inodoro, incoloro e insípido. Entonces, en un rincón del comedor, bajo una pila de revistas, veo el libro de relatos que compré hace un par de semanas. Me sorprende la anotación con el nombre de la propietaria y la fecha exacta de su adquisición, incluso el día de la semana. Una mujer generosa que le dio una segunda vida, lo liberó de la prisión de una estantería. Nunca antes lo he hecho, pero creo que podría haber sido una actitud muy de Marías investigar quién es María Feijoo Aresti; incluso ese nombre podría ser un personaje de novela de Marías. Así lo hago. Enciendo el ordenador y tecleo su nombre en internet.
María Feijoo Aresti: Licenciada en Periodismo y formada en los seminarios de escritura dramática de la Sala Harold Pinter de Madrid. Se inicia en el mundo del teatro trabajando para la productora teatral La butaca. Allí encuentra a maestros y maestras de vida y arte que le enseñan leyes no escritas que aún mantiene vivas hoy. En 1998 estrena la pieza de radioteatro ‘Mi vida’, y en 2001 ‘El sueño’ se representa en formato de lectura dramatizada en la Sala The Players de Nueva York. Ha estrenado más de veinte de sus creaciones dramáticas. Es poeta a tiempo completo.
Me interesa su perfil. ¡Qué casualidad! Una periodista, escritora, poeta y dramaturga. Sigo leyendo:
La finalidad de la escritura dramática de María Feijoo Aresti es el encuentro con la verdad de la condición humana. Sus obras están escritas más desde el impulso que desde el cálculo estructural del texto. Suele ir a sus historias y personajes desde el no saber. Tosquedad, imperfección, violencia, pérdida, expulsión brusca del paraíso, locura, muerte, enamoramiento y desamor, perdón, inocencia, compasión, sentido del humor y mujeres son algunos de los rasgos o características que recorren los textos que ha escrito. Mantiene viva la esperanza de alcanzar una nueva línea dramática del aquí y el ahora.
Encuentro toda esa información en la primera entrada de su nombre en Google. Paso a la segunda, tiene un título sugerente: Soy lo que estás buscando. No lo dudo ni un instante, no sé si me lo dice a mí, pero decido continuar la búsqueda. Lo primero que destaca en la web es su foto. Una expresión directa te mira a los ojos y te señala con el dedo mientras dice:
Escribo teatro para soportar el mundo y comprender mejor la condición humana.
Parapetada tras las gafas, continua:
A veces no queda más remedio que pasar a la acción y dirigir tus propios proyectos.
«De acuerdo, pero yo no te he preguntado nada», contesto a la pantalla del ordenador. Su pelo castaño, lacio y ligeramente despeinado le cae hasta sobrepasar los hombros. Sigue dándome información no solicitada, me confirma que es una poeta de composiciones a medio camino entre el poema y el pensamiento, para acabar aclarándome su gusto por el género de la entrevista y la crónica. Dos apuestas distintas de ver la realidad y sobrevivir en tiempos difíciles. Esa confesión de buenas a primeras me sorprende, pero demuestra que María es una mujer de armas tomar, con un carácter decidido, hecha a sí misma y a la que no le han regalado nada. Un anillo de caoba, destaca en el dedo meñique de su mano derecha. Su mirada me ignora en este momento, se dirige hacia otro lado, pero sigue escondida tras sus gafas de concha. No me mira directamente y, a pesar de no conocernos de nada, decide sincerarse:
Soy licenciada en Periodismo. Dramaturga que interpreta, intérprete que escribe. Directora y escritora por necesidad. Titiritera de las artes escénicas y de la vida cotidiana. Funambulista de la locura más creativa, contadora de historias con corazón y vestal de la palabra.
Su media sonrisa me tiene intrigado, ¿se ríe de mí o del mundo? Su rostro, fijo y móvil en la pantalla del ordenador, parece llenarse de expresiones involuntarias, alegres, todas ellas. El día que le hicieron esas fotos tuvo que ser un día especial. No hago mucho más. Me voy a dormir, no sin antes despedirme de ella. «No me olvidaré de ti. Buenas noches, María».
III
Por la mañana, después de desayunar, me conecto desde el móvil para darle los buenos días. Recuerdo que he soñado con ella. En el sueño, me he quitado la mascarilla en la oscuridad, le he mostrado mi rostro y he mantenido la distancia. Vuelvo a entrar en su página web y sus fotos pasan de un lado a otro. Consigue marearme. Creo que esos cambios de pantalla muestran una María dubitativa; su seguridad trastabilla ligeramente, duda unos segundos y me mira con reservas, desconfía de mí, está en silencio. Eso me sorprende, porque no considero que le haya hecho nada para tener esa desconfianza, al menos a estas alturas. Su actitud evidencia que todavía no somos amigos, sin embargo, ya hay una cierta complicidad, incipiente. Me ha hecho sonrojar. Por fortuna, ella no puede verlo, algún día se lo explicaré. Por su biografía no parece estar casada ni tener hijos, no obstante, nunca se sabe. Se encuentra en una edad en la que ya lleva mucho recorrido, aunque aún le queda media vida por delante. Los ámbitos culturales por los que se ha movido indican una biografía con ciertos apuros económicos superados a base de entrevistas y algún que otro bolo por ahí. Como todas las personas que intentan vivir de la cultura en este país.
Ya llevamos dos días juntos y decido enviarle un correo electrónico. «No creo que me responda, pero aun así lo haré», pienso. Me armo de valor y se lo envío:
María,
Estoy leyendo el libro de cuentos de Javier Marías, ‘Cuando fui mortal’, que te perteneció.
Te lo compraste el domingo 22 de junio de 1997.
Yo lo volví a adquirir de segunda mano en una librería de la calle Borrell.
Los libros son pequeños universos que alquilamos por ratitos, y al haberlo alquilado tú y, poco después, yo, ese universo en concreto ya nos pertenece. Sin conocernos, ya tenemos algo en común.
Gracias por liberarlo y darle una nueva vida.
Saludos, salud y paciencia.
Santi
Han pasado tres días sin respuesta. Me ignora, pensará que soy un acosador. Esperaré un poco más. La paciencia es la madre de la ciencia, dicen… Cinco días. No puedo hablar con ella en persona por culpa del Covid-19 y el maldito confinamiento al que estamos sometidos. Tampoco me ha contestado al correo electrónico. Eso no me gusta. A su favor, he de reconocer que no es muy normal lo que he hecho. Es difícil hacer creer a nadie que este aproximamiento literario es simplemente fruto del aburrimiento de estar tantas horas en casa, siendo testigo del recuento diario de víctimas de esta pandemia universal. Si no me contesta, una vez haya acabado esta reclusión y la vida vuelva a las calles, iré al primer evento en el que participe. Así el enigma se aclarará.
He visto por Youtube el estreno de una de sus obras de teatro. Se la veía un poco nerviosa, hasta que el público empezó a aplaudir la obra. La directora estaba presente e introducía a los actores y actrices junto con la autora del texto, María. Allí la vi, por primera vez, inmóvil, en su sitio. Aparenta ser más joven de lo que es. De hecho, se conserva bien. Iba vestida con una camisa de flores, unos pantalones tejanos ajustados y bambas, estilo básquet, de color rojo. Esperaba su turno para hablar mientras hacían las presentaciones de los actores y actrices una vez acabada la representación. Su actitud era de espera, miraba a ambos lados, al escenario. No sabía cómo poner las manos, parecía que le molestaran. Le sonó el móvil y todos rieron. Ese detalle, curiosamente, la relajó. Su cara se le iluminó con una gran sonrisa y las manos encontraron su espacio y se pusieron a aplaudir al público que reía.
Por hoy, ya he tenido suficiente. Es un avance, la he visto y he decidido escribirle un segundo correo electrónico. Lo he programado para que se envíe por la mañana. Me voy a dormir. No me la puedo quitar de la cabeza.
IV
Mientras me estoy duchando, recuerdo el extraño sueño que he tenido. Entre nubes de humo, he visto salir a María del teatro, está parada en la puerta. Su figura se desvanece entre las sombras de la noche, parece estar esperando a alguien en vano. Se aparta cuando algún transeúnte pasa junto a ella. Hay un momento en que su mirada, lejana, se cruza con la mía, se queda inmóvil durante unas micro centésimas de segundo. Somos conscientes de ese encuentro. En mi sueño, yo me voy porque reconozco que a esa hora y en esa situación, el hecho de quedarme mirándola solo conseguirá ponerla nerviosa y eso es lo último que pretendo. Saco el móvil y busco una moto compartida. Ella sigue con la mirada fija hacia donde yo me encuentro, inquieta. Noto cómo escruta mis movimientos y se relaja en cuanto ve que me voy. Llego a casa. No cojo el ascensor, subo los escalones hasta el rellano de mi vivienda, el corazón me late a toda velocidad y me tiemblan las manos. Al salir de la ducha y después de secarme, preparo el desayuno, me siento frente a la taza de té y el bol de cereales. Enciendo el ordenador y miro la bandeja de entrada. No me ha escrito. Abro la carpeta de spam y ¡bingo!, ahí tengo un mensaje suyo. Doy un respingo, me doy cuenta de que me había olvidado revisar esta última bandeja. Me contestó a vuelta de recibo de mi primer correo y yo, estúpido, no la había mirado hasta ahora:
Qué mensaje más bonito, Santi.
Hace tiempo que no leo a Marías, pero su literatura me ha proporcionado grandes momentos.
Me gusta la idea de compartir un universo con un desconocido.
Gracias por escribirme.
Suerte, salud, ánimo y paciencia.
María
A partir de ese día, cada mañana al despertar, me digo a mí mismo que falta un día menos, otras veinticuatro horas de confinamiento a superar. No sé exactamente cuándo empecé a infundirme ánimo de esta forma, ni me acuerdo de cuándo empezó toda esta pesadilla. Pero ahora tengo un aliciente. Voy a escribirle, a iniciar una relación epistolar que nos hará olvidar este virus que infecta todo a nuestro alrededor. Esperanza en medio del caos. Cuando esté más calmado me volveré a poner en contacto con ella.
Sin saber cómo, me quedo adormilado en el sofá y hasta sueño que regreso a casa caminando despacio; aún no ha anochecido del todo. Me duelen los pies. He estado esperándola a la salida del teatro para verla y no lo he conseguido. No sé por dónde se ha marchado. Voy a prepararme un baño bien caliente y quedarme un buen rato allí. Le escribo un nuevo correo.
María,
Gracias por contestarme. Me ha alegrado encontrar tu mensaje. Estaba en la carpeta de spam, perdóname por esta negligencia. No leas mi anterior correo, lo escribí sin haber leído el que me habías enviado.
Es extraño, ahora leo cada cuento del libro de Marías pensando en ti. Perdona mi atrevimiento, pero es así. Me parece conocerte desde siempre.
Espero no molestarte con lo que te digo y que me respondas. Será una manera diferente de pasar estas horas de reclusión, ¿no crees?
Salud y paciencia
S.
He encontrado otra grabación de Youtube. No me gusta la forma de mirar de María a la directora de la obra de teatro. Parece estar en éxtasis, una mirada de adoración que no es agradable de contemplar, menos aún cuando la que adora es alguien a quien se tiene aprecio. ¿Tendrán un lío entre ellas, serán pareja? Esto es nuevo para mí: los celos.
Hola, S.
Estoy acabando una nueva obra de teatro. Estoy muy ilusionada.
Me halaga que leas los cuentos pensando en mí. Pronto podremos compartir nuestras impresiones. Te propongo que sea en el café junto a la librería donde lo compraste, el bar Alegría. Bonito nombre en esta época tan vírica, ¿no crees?
Deseo que ocurra pronto.
Ánimo y paciencia
M.
Esa respuesta ha desencadenado un envío de correos electrónicos que ha ido forjando una amistad epistolar y unas ansias, al menos por mi parte, de acabar el confinamiento para conocerla en persona. Solo la he visto por internet y eso es demasiado frío e impersonal.
Hola, María,
Hoy me he sobresaltado leyendo un cuento en el que el personaje se suicida. ¿Qué opinas de la muerte por suicidio?
A continuación, te soy sincero, me he puesto a reír pensando en lo que a veces me has respondido en nuestras conversaciones en sueños: ¡Tienes unas salidas!
Sí, me ruboriza decírtelo, pero sueño contigo.
Te dejo ahora, no puedo seguir, ya me he sincerado demasiado.
Salud y paciencia
S.
Se me hace difícil la infinitud de los minutos de esta espera. María no tarda en contestar a ese correo.
Querido S.
No te ruborices. Estoy encantada con tus mensajes. Yo, hoy, también he soñado contigo. Quiero que sigamos así, pero con una condición: no nos enviemos fotos. Dejemos nuestra relación así, hasta que pase esta peste.
Sé que, probablemente, me hayas visto en Youtube, te confieso que yo también te he buscado por internet y te he visto recitando poesía.
No, no he pensado nunca en el suicidio, tienes unas salidas, ni siquiera ahora, que tengo un poco de fiebre.
Solo miro media hora al día la televisión, da un poco de pánico.
Ánimo y paciencia
M.
Reconozco que no me ha gustado el final de su mensaje. Me deja un regusto amargo que me obliga a escribirle una pronta respuesta, pero la guardo en la bandeja de salida. No quiero agobiarla con respuestas inmediatas. Se la enviaré tan pronto me levante por la mañana.
M.
Me ha preocupado leer lo de la fiebre. Cuídate, por favor. Ya he sufrido bastante dolor en el pasado y no quiero volver a experimentarlo de nuevo. Me has dejado intranquilo, y mi cabeza pensante no desea otra cosa que parar de pensar, y no puede. Únicamente imagino la posibilidad de escaparme de casa para ir a verte, pero no sé dónde vives.
Salud y paciencia
S.
Durante el fin de semana no me ha escrito. Ha sido un tiempo muerto sin fin. Todo el mundo recomienda que mantengamos nuestras rutinas. La suya debe ser no contestar correos los fines de semana. Se lo respeto.
S.
Perdona que no te haya respondido antes. Los fines de semana no conecto el ordenador, es mi rutina y no la quiero romper por culpa de un virus cualquiera.
No te preocupes por mí. No estoy en el grupo de riesgo y me cuido. No te voy a engañar, llevo un par de días con fiebre y tos. Me inquieta la falta de ganas de escribir y me duelen un poco los músculos de brazos y piernas.
¿Por qué la maldición consiste en recordarlo todo?
Ánimo y paciencia
Esta respuesta la he leído varias veces a lo largo del día. Entre las decenas de wasaps que recibo cada día, y las noticias de la televisión, estoy realmente inquieto. Mi mujer lo achaca a los días de confinamiento.
M.
Ya no firmas los correos. No te abandones. Mantén las rutinas y apaga la televisión. Solo sirve para propagar el pánico, no sé qué enseñan a los periodistas en las facultades, pero empatía y humanidad con los espectadores, seguro que no.
No entiendo la pregunta que me haces.
Salud y paciencia
S.
Esta vez, su respuesta llega el mismo día por la tarde. Eso no es propio de María, no es una persona que rompa sus hábitos si no es por algún motivo importante.
Te comento. Estoy estable, como bien, aunque me aburro mucho. Tus correos me alegran las horas de reclusión. Ayer tuve 38’6º, hoy 37’4º, febrícula pero con cierta rigidez muscular. Voy a llamar al centro de salud en cuanto envíe este correo.
¡Ah! He acabado de escribir el primer borrador de la obra de teatro.
La pregunta sobre la maldición es una frase que recuerdo de ‘nuestro’ libro y la he reconvertido. No te preocupes, es una tontería.
Ánimo y paciencia
M
P.S. Hoy firmo el correo para que no te quejes.
Por un lado, me ha alegrado de que haya acabado el borrador, pero esas lecturas de temperatura no son algo que me haya dejado tranquilo. No quiero aplazar mi respuesta a ese indefinido temporal del dentro de poco, porque ahora ya ni siquiera estamos seguros de si habrá un más tarde.
Querida María,
Gracias por firmar tu correo, sin embargo, te has olvidado de mi nombre. Te parecerá una tontería, pero creo que deberíamos escribir nuestros nombres, no solo las siglas. Lo encuentro más cálido, ¿no te parece?
Hoy te envío un beso, espero que perdones mi atrevimiento.
Salud y paciencia
Santi
Por la tarde no me ha llegado ningún correo. No sé qué pensar. Ha vuelto a la normalidad y vuelve a su rutina, ergo está bien de salud, o ha empeorado y no puede escribirme.
Santi
He tenido una recaída. Me han llevado al hospital. De camino, han abierto la ventanilla y el viento ha susurrado en mi pelo. Me ha gustado. Aquí estoy bien. Me han hecho muchas pruebas. De momento, lo seguro es que tengo neumonía, por eso me han ingresado. Mañana, cuando llegue el resultado, me llevarán a una ubicación definitiva.
Cuando una no tiene nada, todo parece aceptable, las barbaridades resultan normales y los escrúpulos se van de paseo ... Marías dixit, más o menos.
Mi futuro va a la velocidad de la luz, sin frenos…
No te preocupes.
Ánimo y paciencia
M.
No pude dormir, tuve pesadillas. Mi mujer no se entera de nada. «El confinamiento», dice. «Ya está a punto de acabarse», repite para animarme. Los correos de María son cada vez más lacónicos. Además, sin querer, incluye alguna frase que me deja intranquilo. No sé cuánto tiempo ha pasado sin tener noticias suyas, bueno, sí lo sé, y no sé qué hacer más que releer los correos que me ha escrito hasta este momento. Compruebo que han seguido una pauta preocupante.
María
No sé qué decirte. No contestas a mis correos, tu vida se me está haciendo fantasmal, como una voluta de humo que se me escapa entre los dedos. Estoy alarmado.
Dime algo por favor,
Salud ..., ya no tengo paciencia.
Santi
Vivimos un momento en el que hasta los segundos se ralentizan. Ya no fluyen, pasa mucho tiempo entre uno y otro, no lo puedo controlar. Por la tarde, me ha contestado, por fin.
Santi,
El tiempo continúa. No sé qué contarte. Nada positivo.
Estoy en silencio conmigo misma. Es como si me observara desde fuera. El personal del hospital está superado, hace lo inhumano, pero no llega a todo. Es duro, la prioridad es la edad, y yo estoy en la frontera.
Marías diría que al hacernos mayores también hay menos vida, no queda tanta.
Hasta hoy, mi edad me había parecido ajena.
Me han puesto una máscara de las de inflar y desinflar una bola, da más oxígeno. Estoy boca abajo. Solo me la quito brevemente para comer y escribirte. Ya no me respiro. Infecciones diversas.
Ánimo, ya no tengo, y paciencia, no me queda más remedio.
M.
El tono de sus respuestas no tiene nada que ver con los primeros correos. Según el calendario, han pasado pocas jornadas, pero cuando vives en el confinamiento, las horas se hacen más largas, las sensaciones más intensas, los segundos elásticos y las vivencias, como en una guerra, son breves y vitales al máximo, aunque sea de forma virtual.
S.
Me parece estar viviendo aquel domingo 22 de junio de 1997 contigo, en nuestro universo en común, ¿recuerdas?
¿Sabes? Morir parece grave al que muere, si sabe que muere, diría nuestro amigo.
Eres la casualidad más bonita que llegó a mi vida.
Ya no envejezco. Sigo sin respirar en mí.
M.
Este fue su último correo. Levantarán el estado de confinamiento mañana y hace una semana que no he mantenido ningún contacto con María. Iré a la librería, allí sabrán decirme algo.
V
Por fin, han levantado el confinamiento. Dos meses y medio. Las calles bullen de alegría. No sé dónde vive María y llevo una semana sin respuesta. He ido a la librería, deben de conocerla por ser una escritora de teatro y porque a ellos les compré el libro con su nombre. No está abierta. Hay una nota avisando que abren solo por la tarde. Me voy a casa, no sin antes mirar alrededor, estoy perdido entre una tienda de chinos, un bar con el cartel de ‘Se traspasa’, una peluquería, un locutorio, y un kebab. Piso una mierda de perro junto a la caseta del vendedor de cupones.
He vuelto por la tarde y he esperado en la puerta a que abrieran. Se me ha hecho una eternidad. Una ráfaga de viento sacude las banderas de los balcones. La chica de la librería se ha sorprendido al verme ahí esperando. El local huele a cerrado, a humedad, algo se había podrido en la mesa durante el confinamiento y apesta. Mientras la chica entra en el despacho a dejar su bolso, abrir la ventana para airear y tirar esos restos putrefactos, toqueteo los libros de la caja y encuentro otro dejado por María. Cuando la joven librera regresa del despacho y está dispuesta a escucharme, le explico que necesito encontrar a María. Le muestro mi preocupación por no saber nada de ella desde hace una semana. Su semblante cambia. Su sonrisa se apaga. En un instante, la presencia de María en la librería se ha esfumado, ha quedado como un tenue recuerdo nostálgico, flota en el aire como el humo de los cigarrillos. Acaricio nuestro ejemplar de Cuando fui mortal y lo abro al azar. Javier se une a mi duelo: cuando muere un amigo, dice, quisiéramos recordarlo todo de la última vez que lo vimos, la cena vivida como una más que de pronto adquiere un inmerecido rango y se empeña en brillar con un fulgor que no fue suyo, intentamos ver significado en lo que no lo tuvo, intentamos ver señas e indicios y acaso magias. ¿Y si no has conocido nunca en persona a la amiga muerta?
La joven librera respeta mi silencio. De súbito, me doy cuenta, como si me acabasen de dar un puñetazo en la boca del estómago, de que a partir de ese momento solo podré abrazar un recuerdo. María se ha perdido para siempre. Salgo de la librería y empieza a llover con fuerza. Todo está inmóvil, como sumergido en un mar de gotas de lluvia densas y grises. Tal vez no somos más que peces muertos en un acuario. Camino inalterable, empapado y sin recompensa a mi confinamiento. Una flor sin nombre se abre entre los adoquines de la acera. El tiempo pasado nunca regresa. Ni siquiera podré confirmar la afirmación de Marías, según la cual casi todo se olvida en la vida y todo se recuerda en la muerte.
El Covid-19 no me ha dado la oportunidad de olvidar aquello que no podré recordar. Freno poco a poco mis pasos para escuchar el silencio de la tierra bajo mis pies. Entro en el café Alegría, solo noto la humedad de mis ojos. Me siento, y pido un café cortado. Siempre pensé que sus últimos mensajes eran verdades exageradas cuando me contaba algunos episodios de su contagio por el virus: ¡Tienes unas salidas!, decía. Es cierto que sus últimos correos se hicieron más extraños de lo habitual y se despedían de manera enigmática: Ya no envejezco, Mi futuro va a la velocidad de la luz, sin frenos, Ya no me respiro, Sigo sin respirar en mí. La frase eres la casualidad más bonita que llegó a mi vida de su último correo no me puede consolar, pero al menos me da fuerzas para continuar. Aprovecho la oscuridad en la que me encuentro para escribirle un poema oscuro que solo ella y yo podamos entender. Así, después de leerlo, nos miraremos y nos reiremos. Un dolor lento, instintivo y animal se
apodera del aire que respiro, trepa por mis venas que han perdido su color natural. Ahora son del color del dolor. Un dolor que se arraiga y que se ancla en lo más dentro de mí.
¿Qué es echar de menos a alguien? La sensación de estar en un lugar desconocido, sin rumbo, mirar sin ver, comer sin saborear, el sendero hacia el olvido, sin derramar una sola lágrima: llorar a secas. Veo su sonrisa abrirse como un cielo estrellado. El virus me ha privado de María, de la primavera y de muchas cosas más. Congeló la luz de su mirada, pero yo he florecido igualmente gracias a ella. A partir de ahora, solo encuentro una forma de contar el tiempo de vida: antes y después de su muerte. Me llevo la primavera dentro, su imagen fundida en mi memoria y su recuerdo con este nuevo libro, que, de forma inconsciente, me he llevado sin pagar: un regalo de María. Se puede vivir dentro de la vida y fuera del tiempo, nadie nunca más me la podrá quitar.