Era un día lluvioso de finales de octubre, un día gris que liquidaba los restos del calor estival. Él llamaba la atención por esa chaqueta abotonada solo por botón inferior, lo cual le resaltaba la barriga. Llevaba en la mano el periódico doblado por la página de las esquelas con el que golpeaba a la gente que se le ponía por delante.
Era media tarde, creo. Algo antes quizá. Yo ya había hecho la compra del día y me disponía a pagarla cuando le vi saliendo del supermercado. ¡Qué raro, hace un momento parecía ir hacia el metro! Su solitaria presencia me hizo elucubrar sobre él: ¿soltero, viudo, cuidará de su madre, ...?
Andaba yo perdido en esas cavilaciones cuando me volví a fijar en su chaqueta al pasar por el otro lado del cristal del supermercado y vi que le faltaba el botón superior. Volví a casa. Seguía lloviznando y me había olvidado el sombrero en casa. Me molestaban las gotas de agua sobre mi calva. Empezó a arreciar y paré en un bar hasta que calmase un poco.
Estaba solo frente a la barra del oscuro bar. El camarero, de rasgos orientales, estaba atendiendo a un cliente entre las sombras. Para mi sorpresa, era él otra vez. Y volvía a llegar antes que yo, o yo parecía su sombra siempre detrás de él.
Me sorprendió haberme encontrado tres veces en un solo día con el mismo hombre. Así que me dirigí a él y se lo expliqué. No dijo nada. Me miraba mientras se bebía una cerveza. Salió del bar y le seguí sin más, si era su sombra, pensé, es lo que tenía que hacer.
Entró en el metro dando papirotazos a la gente con el periódico. Vio un asiento vacío y se lanzó hacia él mientras le barraba el paso con el periódico a un señor mayor que intentaba sentarse. Nadie se atrevió a decirle nada. Yo tampoco.
Llegamos a la estación del cementerio y bajó. Le seguí en silencio. No salió a la calle. Se sentó en un banco del andén y miró una foto que sacó de su bolsillo. Era la fotografía de una mujer.
–¿Su mujer? –me atreví a preguntar.
–Hoy hace un mes se tiró a la vía del tren de esta estación y desde entonces la vida no tiene el menor sentido para mí.
Le toqué el hombro a modo de consuelo. Me miró y sonrió. ¡Qué extraño!, pensé. El silencio se hizo incómodo. Tomé el primer metro que llegó y le dejé ahí sentado con sus recuerdos y el sonido de los truenos.
Yo estaba nervioso y deseaba llegar a casa y sentarme ante el ordenador para desconectar. Parecía como si ninguna de las personas con las que me cruzaba me viera. Llegué al edificio, quise tomar el ascensor pero no funcionaba, subí las escaleras, la luz de la escalera tampoco funcionaba. A pesar de la tormenta, no estaba mojado. El perro del vecino aulló en cuanto pasé por el rellano. ¿Por qué?, no lo hacía nunca. Abrí la puerta. Me sobresaltó el golpe de la puerta al cerrarse. Noté algo en el ambiente. No podía precisar qué era. Entré en el dormitorio. En el espejo-puerta del armario vi el cuerpo de otro hombre sobre mi cama, pero no me vi a mi. Me asusté, el hombre abrió los ojos. Me miró y sonrió. Era él con la foto de la mujer en la mano. La miré y fue entonces cuando me di cuenta, era yo el de la foto. Me quedé mudo y al instante solté el más aterrador de los gritos cuando reconocí que no solo había desaparecido mi imagen del espejo, sino que todo yo ya era una recuerdo de lo que fui.
@jlregojo #RegEye