Enero 2024. Nro. 18
«El tiempo que fue sigue latiendo, vivo, dentro del tiempo que es»
Eduardo Galeano (1998)
Mientras los versos se arrinconan en el olvido y cantan las tempestades bajo negros cielos saturados de sombras, las alpispas, pájaros vivarachos y avispados canarios, siguen desobedeciendo. Se posan, sin permiso, en las no-ramas desnudas de un drago que se mantiene fijo y erguido interrumpiendo mi visión del macizo de Anaga.
Al volar, su trino desobediente apaga el eco perpetuo de la estupidez transmitida por los medios de comunicación que nos rodean. La suya es una desobediencia que las hace ignorantes del infierno, invento de los ricos para que los pobres (tú y yo) no pensemos en las desgracias presentes. Una desobediencia que está oculta en el aire que respiramos; y solo hay que aspirar.
De repente, una de las alpispas, la que no destaca ni por su colorido ni por su canto, se acerca a mí y me toma de la mano. Una calidez inexplicable se abre paso entre mis dedos, remonta por las venas y noto el tacto mudo de nuestra piel. Aspiro y empiezo a desobedecer: la detonación de la soledad.
Por suerte, tal como dijo Benedetti, mi soledad inventa, es imaginativa. Por ese motivo, un mundo diferente todavía es posible.
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