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sábado, 1 de noviembre de 2025

Carta als pares i mares de Menorca: la màgia de les barreres de les tanques



Fa un temps vaig anar a una excursió a ‘la bassa des Armaris’ per conèixer una de les zones més desconegudes del parc d'Es Grau, amb un alt valor paisatgístic i botànic. Va ser una excursió molt interessant en la que un botànic, especialista en plantes i natura de Menorca, ens va estar donant moltes explicacions molt entretingudes. De totes elles, un comentari em va preocupar. Es va referir a les xerrades que normalment fa a les escoles i instituts al voltant de l’illa. Ha comprovat en carn pròpia (no em demaneu percentatges, si us plau) com els fillets i filletes que viuen a Menorca no saben pràcticament res de les tradicions ni del camp que els envolta. Un camp, un camí, una senda que els guia cada dia de casa seva a l’escola. Va posar com a exemple el desconeixement que tenen de les barreres d’ullastre de les tanques menorquines. I això no és responsabilitat de l’escola.


Demà de camí a l’escola, als extraescolars, al supermercat, pareu davant una tanca: mireu i toqueu la barrera amb els vostres fills i filles. És pura màgia el que us pot transmetre si ho feu amb convenciment.

Qui fa les barreres a les tanques? L’arader.

L’arader és un ofici artesanal i tradicional. Moltes vegades aquest ofici s’aprèn per tradició de pares a fills. A més de les barreres, l’arader es dedica a fer balustrades, tabalets, taules, bancs de pagès, mànecs d’eines, escales d’hortalà, ... amb llenya d’ullastre autòctona, la màgica.

Les barreres menorquines són portes de llenya d'ullastre que constitueixen un element del nostre patrimoni cultural. Aquestes barreres han servit per controlar el pas pels portells oberts en els murs de pedra seca (això vol dir que les pedres no es mullen? No, és una tècnica constructiva d’origen tradicional i popular que es duu a terme mitjançant l’ús de pedres, prescindint totalment de morter o argamassa. En certes ocasions, s’utilitza sorra seca per omplir els buits de la paret, d’aquí la denominació) que limiten les tanques. També s'utilitzen per protegir l'entrada als camins particulars que porten fins als habitatges rurals. La tradició diu que han de tenir vuit travessers horitzontals i un de diagonal.

El procés de fabricació ha estat tradicionalment artesanal amb llenya d'ullastre (Olea Europea L. var. sylvestris) que és una olivera borda o silvestre. És una planta amb gran resistència a la sequera amb una llenya molt dura i resistent, però de creixement lent i retorçat. Aquestes barreres poden arribar fins als vint anys de vida.

Si us hi fixeu, quan les toqueu (amb els vostres fillets i filletes), les barreres tenen una màgia i un estil ben propi i no n'hi ha dues d'iguals. Comenteu que la llenya que esteu tocant va néixer en un bosc màgic (tots els boscos ho són), el llenyataire va seleccionar els rebrots de cada ullastre i en separà aquells pals que, més o menys torts, va utilitzar per a la fabricació de la barrera que esteu tocant. Més tard, al magatzem va deixar la llenya assecar prop d'un any. Per cada barrera ha seleccionat una a una les peces més convenients. Amb el seu saber fer, l’arader, acarona la llenya, la serra i l’emmetxa, transformant un munt de llenya en la barrera de fusta màgica que esteu tocant.

El ferrer, un altre artesà, remata la feina bastint les barreres amb les corresponents armelles, barretes i pastellares tradicionals amb un cul d'ampolla per fer de frontissa.

Per últim, sabeu que l’eix sobre del qual descansa la barrera i es mouen les portes es diu polleguera?

O sigui que quan els vostres fillets i filletes us treguin de polleguera ja sabeu que us estan traient del vostre centre o estat natural. Pura màgia!


L'article del mes passat: 

Notas a la sombra de Echeyde: 1. Huella de Tefía (Fuerteventura)



miércoles, 1 de octubre de 2025

Notas a la sombra de Echeyde: 1. Huella de Tefía (Fuerteventura)

 

Echeyde-Teide ©ConchaCatalan


Esta nueva temporada ya no les escribiré desde mi balcón de Candelaria, sino ‘A la sombra de Echeyde' en Puerto de la Cruz.

Para los guanches, los antiguos pobladores de Tenerife, Echeyde era el nombre del Teide: la morada de Guayota, el Maligno. Según la tradición, Guayota secuestró al dios del Sol, Magec, y lo encerró dentro del volcán. Entonces, la oscuridad se apoderó de la isla y los guanches pidieron ayuda a Achamán, su ser supremo celeste, quien derrotó al Maligno, liberó al Sol y selló el cráter con el llamado Pan de Azúcar, el cono que aún corona el Teide.


*



Huella de Tefía (Fuerteventura)*

1964


Yo, María o Mario, ya no sé cómo me llamo. Aquí solo soy un número, un cuerpo al que mutilar. Tengo veinticinco años y voy camino de Tefía.
Desde que me subieron a este camión, he dejado de vivir y empiezo a sobrevivir. No sé lo que duraré, ni quiero pensar qué me aguarda. Sea lo que sea, mi mente no se lo puede ni imaginar. Es inconcebible, demasiado atroz.
El papel se emborrona con mis lágrimas y el rastro de tinta se difumina. Aquí dentro apesta. El miedo nos genera incontinencia. El olor a orina y sudor se mezcla con el del vómito de algunos de los otros prisioneros. El camión está reduciendo la velocidad, lo noto. Las esposas me cortan las muñecas, pero el dolor es lo de menos.
Hace solo unas horas, mi madre me besó en la frente y me dijo, entre lágrimas, que volvería pronto. El camión ha frenado: risas, pasos. Se abre el portón. La noche.


2024

LA VÍCTIMA


Ha pasado toda una vida y sigo sin poder olvidar mi llegada a Tefía, cuando aún no sabía si era Mario o María. Mario murió allí, pero aquellos golpes dieron vida a María.
Esta mañana, encontré el texto con la tinta emborronada por las lágrimas de aquella noche trágica, cuando me arrestaron y torturaron hasta dejarme en esta silla de ruedas.
Toda la vida he tenido presente esa noche, pero hoy, cuando vaya a tomar el café de cada día con mis amigas y algunos de sus maridos, se lo leeré y le miraré a la cara. Él, el marido de mi vecina, sabe que fue uno de ellos, aunque nunca lo ha confesado. Me mira como si quisiera borrarme de nuevo. Soy el ejemplo de su incompetencia: su trabajo inacabado.


EL TORTURADOR

Ocurrió el día de mi cumpleaños y por eso le odio. Sí, a mi padre. La gente cree que con ocho años un niño no recuerda. Es mentira. Mi padre se aprovechó de mí. A partir de esa fecha, abusó de mí con regularidad. Mi madre ni se enteró, o no se quiso enterar, nunca lo sabré.
Años después, destinado en Tefía, le vi bajar del camión. Era el vivo retrato de mi padre joven. Ese momento de estupor pasó a otro de odio y poder que me dio a conocer al que soy ahora. Incluso mis superiores, orgullosos de mi trabajo, pusieron mi nombre a un sistema de tortura para maricones.
Con la democracia, el destino me llevó a ser vecino suyo. Él, o ella como es ahora, lo sabe. Yo, también. Lo malo es que ese maricón de mierda, que va en silla de ruedas, sigue siendo la imagen idéntica de mi padre. A veces, cuando pasa a mi lado, tengo que clavarme las uñas en las palmas de la mano para no estrangularlo. Sin embargo, eso no es lo peor, sino que mi hijo, sangre de mi sangre, sea uno de esos pervertidos. Además, lleva su mismo perfume. Estoy convencido de que ese niño no es mío, es de la puta de su madre.
Llegará el día en que ya no lo resistiré, no me podré contener. Mi navaja de afeitar está en el cajón del baño. Sé que estoy en la cuenta atrás para limpiar mi apellido de manera definitiva, para que solo lo lleve un hombre.

*La Colonia Agrícola de Tefía fue un campo de trabajos forzados durante el franquismo entre los años 1953 y 1966.

Última entrada: 

Adiós a la utopía Candelaria, hola a la incógnita de Puerto de la Cruz

sábado, 20 de septiembre de 2025

Cuando mi hija se gradúe, me vestiré de verde


 

                                                                                 Para Lara, junio 2025

Cuando mi hija se gradúe, me vestiré de verde.
Pajarita esmeralda y sombrero hasta la frente. 

Encenderé un puro, aunque nunca haya fumado,

y lo celebraré, a pesar de que el colesterol proteste.


Cuando mi hija se gradúe, me vestiré de verde.

Mi madre fruncirá el ceño, lo sé, allí donde duerme.

¡Qué se le va a hacer!

Yo me reiré esperanzado.


Cuando mi hija se gradúe, me vestiré de verde.

La gente dirá: “¡Mira el viejo verde ese!”,

pero no es un simple color, 

es orgullo de progenitor.


Cuando mi hija se gradúe, me vestiré de verde.
Será mi rebelión: primero, lila; ahora, verde.

El color de quien nunca cede.

La herencia del que en un futuro femenino cree.


Cuando mi hija se gradúe, me vestiré de verde.

Su triunfo es nuestra gesta, un lazo que no cede:

madre, padre, hermana y abuelas... un linaje que precede.

Y así, por ella y por todas, mi camino será verde.




* Hace un año, mi otra hija también se graduó y recibió este poema:

Cuando mi hija se gradúe, me vestiré de lila (When my daughter graduates, I shall wear purple)

lunes, 1 de septiembre de 2025

Notas desde la Villa de Candelaria (Tenerife). 40.- Adiós a la utopía Candelaria, hola a la incógnita de Puerto de la Cruz



Tras tres años viviendo en Candelaria, marcho a Puerto de la Cruz. Han sido tres años inolvidables. Solo tengo palabras de agradecimiento para sus vecinos y vecinas por la cálida acogida que me han prestado desde el primer día. A pesar de dejar de ser residente candelariero, no dejaré de visitarla y, mientras pueda y ustedes quieran, seguir coordinando los dos clubes de lectura de la Biblioteca municipal: el de narrativa y el de poesía.
Quiero que este 'hasta pronto' sea con las palabras del último artículo del libro 'Notas y relatos desde Candelaria' publicado en la colección Taborno de Acte Canarias por la editorial Fuerte Letra.

*

Como sin querer, llegué a Candelaria y me metí de lleno en una utopía de sol, océano, volcanes, barrancos, magia y más sol. Un espacio donde el sol no está prohibido en la piel, la acaricia.

Una utopía donde empecé a crear un futuro cuando se espera que mire hacia el pasado, y viva de él. 

Una utopía en la que la soledad ha dejado de herir y permite una revisión del pasado de manera ponderada: cicatrices y caricias.

Una utopía que baila, ríe, lee, recita poesía y nada en un universo del que no se puede salir mientras libera luces en el corazón.

Una utopía donde los poetas son felizmente anónimos, desconocidos, invisibles y sin banderas.

Una utopía donde el océano, ayudado por los alisios, barre todas las melancolías, y los árboles caminan por la noche.

Una utopía en la que reinan a la par los ritmos latinos y el silencio y, además, se encuentra lo que busca el corazón.

Una utopía donde el invierno deja de ser gélido y fantasmal, el alma ya no tirita y el vacío de los silencios suena a carnaval.

Una utopía donde la mañana bosteza de felicidad y el océano acuna con una nana sin fin a las barcas.

Una utopía, en definitiva, en la que el corazón late en el lado derecho y cientos, miles de palabras ingrávidas flotan entre mis escritos.


La entrada anterior: La noche y el ascensor


 

viernes, 1 de agosto de 2025

Notas desde la Villa de Candelaria (Tenerife). 39.-La noche y el ascensor

 









Hace unos meses, durante una de esas tormentas que ahora llamamos DANA, la ciudad se quedó a oscuras. Esa noche, quizá debido a la humedad, un fusible se fundió no solo en el sistema eléctrico, sino también en nuestras vidas. Sobre todo en la mía, porque me quedé encerrado en el ascensor panorámico de la empresa en la que trabajo.

Tal vez se pregunten qué hacía yo ahí a esas horas. Resulta que soy el responsable de mantenimiento en horario nocturno y, debido a la reducción de personal, o como se llama ahora, ‘optimización de la fuerza laboral’, estaba completamente solo.

Desde el vidrio que rodeaba la cabina, viví la inmensidad del apagón con una intensidad extraña. La oscuridad me consumía y se apoderó de mí de forma rápida e inesperada. La ciudad, sin sus puntos de luz habituales, se tornó irreconocible, un agujero negro, un contorno misterioso que ni siquiera se reflejaba en los paneles de vidrio a mi alrededor.

De repente, la cabina cayó un piso de golpe. El estómago se me subió hasta la garganta, y me doblé de miedo. Un sabor a bilis repentino me impregnó el paladar. Desde la inmensidad y profundidad del negro total, el sonido puntual e imprevisto de la maquinaria se convirtió en un estruendo en medio de ese denso silencio, solo se distinguía el eco jadeante de mi propia respiración.

No sabía si lo que sentía en ese momento era miedo o sorpresa. Solo sé que me apreté, como por instinto, contra el vidrio porque necesitaba sentir el roce de algo con mi piel para no sentirme solo.

Los segundos se alargaron, el tiempo en el ascensor se volvió un paréntesis infinito. Sin horizonte al que mirar, quedé aún más desorientado, y seguí notando cómo la angustia se apoderaba de mí.

Entonces, como un presagio, el amanecer asomó tímidamente a través del borde del vidrio y una delgada línea de luz reveló de nuevo la ciudad y sus formas familiares. La cadencia de mi respiración se fue tornando regular hasta que el sobresalto causado por una voz metálica del altavoz del ascensor me infartó:

—¡Hola! ¿Hay alguien encerrado ahí?

No pude contestar. Emití unos sonidos ininteligibles y me desmayé. Después, no recuerdo nada más. Desperté en esta cama de hospital, tras haber padecido un ataque al corazón en la cabina del ascensor, según me dijeron.


La entrada anterior: 

Me gusta el viento


martes, 1 de julio de 2025

Notas desde la Villa de Candelaria (Tenerife). 38.-Me gusta el viento



* Relato publicado en la Antología 2024 de Acte Canarias, Ecos del camino



Hoy estoy solo. De vez en cuando no viene mal estar solo. Puedo reflexionar mejor, además, aprovecho para escribir de noche. Hay luna llena y, cual faro nocturno, ilumina, ligeramente, la pantalla de mi ordenador mientras escribo. Una difuminada luz que me tranquiliza ante la posible, aunque improbable, aparición (dicen) de hombres lobo durante noches como esta. La energía de esta luna, ahora, me lleva a buscar nuevas formas de expresión dando vida a estas palabras.

Una noche despejada, tras varias semanas de viento, mucho viento que ha sido el protagonista indiscutible de nuestros días y noches. Unos vientos, los alisios, que suelen hacer fácil la ida, pero dificultan la vuelta.

He de reconocer que nunca me han gustado los días ventosos, hasta ayer. Ahora los miro diferentes, los sé distinguir. Hay un tipo de viento valiente y otro cobarde. Uno que viene de frente y otro que ataca por la retaguardia. Ayer, al caminar contra el viento, contra su ráfaga impetuosa, sentí que me borraba cosas, me liberaba de aquello que ya no me servía: malos momentos, experiencias negativas, … Al mismo tiempo, mientras avanzaba por la avenida Marítima de Candelaria, el olor a algas y salitre tuvo un efecto alucinógeno en mí que me transportó a una de esas guaguas londinenses con el techo descubierto.

Sentado frente a mi acompañante en la parte superior, fui consciente del momento en el que los dos veíamos el mismo paisaje, pero, claro, desde perspectivas diferentes. La vista de quien miraba hacia adelante era distinta a la de quien contemplaba hacia atrás, una metáfora de las múltiples realidades que cohabitan en nuestro mundo.

En eso iba yo pensando mientras el viento me despojaba de las cargas del pasado, al mismo tiempo que el paisaje se me introducía en lo más hondo de mí; la luz, la maresía y la calidez de Candelaria me alimentaban y me insuflaban el optimismo esencial para adaptarme a un nuevo día.

Ya sé que a mi edad no es fácil porque, primero, hay que empezar por hacerte tuyas las calles, las esquinas, el mar, los cafés, el sol y, sobre todo, las sombras. Solo así, la Villa dejará de verme como a un extraño, alguien de fuera, y se convertirá en mi hogar.

Al día siguiente, en el camino de vuelta a casa, retorné por la avenida y ocurrió lo contrario. El viento parecía diluir el paisaje y difuminaba lo que me encontraba de camino. Esa sensación me entristeció y por eso decidí hacer trampa. Esperé a que amainara y cambiase su dirección, para así, evitar esa sensación negativa de no poder abrazar la tranquilidad de saber lo que viene después de cada esquina, cada rincón, cada farola. La sorpresa fue que, en ese momento, supe que ya no me iba a sorprender el paisaje y empezaría a ser uno con él.

Una semana después de esa unión con el paisaje candelariero me subí a la base de las esculturas de los Menceyes en la Plaza de la Basílica. El motivo era simple, noté que si me encontraba a ras de suelo, el horizonte que veía sería limitado y podía caer en la tentación de creer que ahí estaba todo el conocimiento del mundo. En cambio, al subir un poco más, el horizonte se expandió y, en ese instante, fui consciente de que sabía menos que antes porque veía más. El horizonte reveló mi propia ignorancia que, lejos de ser una limitación, me enseñó que la vida es un ascenso constante, un aprendizaje continuo.

De todas formas, amigo lector, amiga lectora, recuerda que, si algún día crees haber llegado a la cima, cómprate una escalera. El ser humano es un animal que, afortunadamente, posee una ignorancia ilimitada, una oportunidad para seguir aprendiendo y creciendo.

La entrada anterior:  Un lunes cualquiera

domingo, 1 de junio de 2025

Notas desde la Villa de Candelaria (Tenerife). 37.-Un lunes cualquiera

 





Hoy comienzo a escribir este artículo a las 13 horas de un lunes cualquiera en Candelaria, Tenerife, una isla rodeada por un océano rebelde. Sin embargo, en otra isla, Menorca, abrazada por un mar pacífico, lo estaría escribiendo a las 14:00 horas del mismo día 24. ¡Una hora después de haberlo comenzado en Tenerife! ¿Cómo es posible empezar a escribir algo que ya habría escrito una hora antes?

De todas formas, si estuviera en Tonga, una isla perdida de Oceanía, en la Polinesia, estaría comenzándolo a escribir a las 02:00 h de la madrugada del día 25. Es decir, podría estar escribiéndolo hoy y mañana al mismo tiempo, e incluso corregirlo antes de haberlo escrito. Esto me lleva a una conclusión: el tiempo es simplemente un invento humano. Un concepto creado con buenas intenciones pero que, con los siglos, ha terminado por esclavizarnos. Algo así como el teléfono móvil o ser un emprendedor de éxito.

Algunos tenemos la suerte de haber alcanzado ese momento de la vida en el que vivimos en un no-tiempo permanente, un estado que algunos abandonan o rechazan, pero que otros abrazamos con entusiasmo. Un tiempo sin reloj. Un espacio de no-tiempo que nos permite observar cómo crece una planta, sentir cómo morimos un poquito más cada día, y darnos cuenta ahora de nuestra no-existencia para, paradójicamente, amarnos más, cuidarnos, mimarnos, sentirnos y disfrutar de cada instante. Este no-tiempo es tan necesario como viajar, porque viajar, contrario a lo que algunas personas creen, no es huir. Es una forma de desaparecer estando presente, es un no-ser siendo, una forma de liberación.

Por otro lado, el tiempo contrario al no-tiempo, el convencional, es una trampa geométrica. Una telaraña invisible que nos atrapa entre sus hilos, haciéndonos creer que debemos sacrificar el presente por el futuro, a pesar de que la vida solo existe en el presente. Un ahora que, sumado a nuestros ayeres, nos funde en un no-tiempo sin un hoy ni un mañana.

En conclusión, el tiempo es relativo, subjetivo y, en muchos casos, una ilusión. La duración de un minuto depende del lado de la puerta del baño en el que te encuentres. Lo único real es el instante que vivimos ahora, ese que debemos abrazar antes de que se convierta en otro ayer más.

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