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martes, 25 de octubre de 2022

Notas desde la Villa de Candelaria (Tenerife). 2.- La amabilidad tinerfeña, ¿mito o realidad?

 


Octubre 2022. No.2

Es un clásico que cuando alguien habla de Tenerife, lo primero que destaca es el buen tiempo, entendiendo como tal: sol y calor, ¡cómo si la lluvia no fuese beneficiosa para el campo! Cuando vienes a vivir a Tenerife, ese estereotipo meteorológico desaparece y aparecen los microclimas. Aprendes que siempre debes llevar en el coche un paraguas, un bañador, un jersey de abrigo, una toalla y unas chanclas. El motivo es sencillo, en cuestión de pocos kilómetros pasas de un cielo lluvioso y frío en el norte a uno despejado, caluroso y soleado en el sur. 

Los folletos turísticos tinerfeños también destacan sus playas y la naturaleza salvaje y volcánica del paisaje. Otros recomiendan sus atractivos culturales, pero lo más importante, lo que hace agradable la estancia en esta isla, a mi modo de ver, es la amabilidad de sus habitantes, en especial en Candelaria y todo el valle de Güímar.

Tenerife es mucho más que ese conglomerado de cemento que invade numerosas playas rodeadas de naturaleza salvaje. Lo realmente relevante, y que muchas de las personas que llegan aquí no alcanzan a conocer, es su historia, su gastronomía y la naturaleza de los isleños.

Ya en 1886, un viajero y erudito suizo, Herman Christ, en su libro Un viaje a Canarias en primavera, escribió sobre el carácter canario: 

“El canario es sensible y lleno de comprensión hacia los deseos ajenos, servicial, extrovertido, charlatán, pacífico; libre de cualquier exageración en cuanto al sentido del honor y de toda tendencia bélica; libre de pasiones políticas y de cualquier actitud violenta o, incluso, sangrienta; le es ajeno todo deseo de revoluciones o pronunciamientos. En cambio, prefiere la vida natural, es amigo de las plantas, las conoce a todas por sus nombres y, donde puede, se rodea de ellas; es casero, con muchos hijos, nada arrogante ni orgulloso. El isleño reúne una serie de características que faltan en el resto de los españoles, que se singulariza por tener las contrarias.
En cambio, al isleño le falta el ardor y la energía, la obstinada tenacidad y el estoicismo que se advierten en el peninsular. El isleño es de materia blanda y sus carencias parecen ser más bien las de un carácter débil que las de uno fuerte. Si se aparta en pequeñas cosas de la verdad, es más por cortesía que por interés. No obstante, aun así, la Historia demuestra que defiende su patria con heroísmo”.  Fisonomía y carácter del canario 
Pero el suizo no fue el único en describir el carácter canario. Antes que él, en 1854, el alemán Julius von Minutoli, Cónsul General de Prusia, escribió El pasado y el porvenir de las Islas Canarias, libro dedicado a la reina Isabel II y publicado en Berlín en 1854. En este trabajo, fruto de su recorrido por las islas Canarias el año 1852, también se atrevió a definir a la población del archipiélago.
“Son abiertos, ingenuos, pacíficos y conciliadores, además de fieles, modestos y cumplidores; trabajadores que se contentan con poco y hospitalarios como nadie. Por cualquier sitio que se pase a caballo, la gente se dirige a uno y le pide que desmonte y entre a casa para descansar. Si uno acepta, no solo lo invitan a comer, sino que lo consideran como un amigo de la casa o un miembro de la familia, que puede entrar y salir o quedarse cuando quiera, sin más formalidades.
No pierden jamás, ni siquiera en las situaciones más extremas de la vida, la decencia y compostura, que también conservan normalmente las clases bajas. En las fiestas y bailes populares o en los certámenes de salto, lucha, lanzamiento y carrera siempre son comedidos y correctos: jamás hay brotes de vandalismo o apasionamiento excesivo. En caso de enfermedad y muerte, de preocupación y necesidad muestran siempre una calma y resignación próximas al estoicismo. Solo resulta verdaderamente lamentable el hecho de que se haya descuidado la instrucción del pueblo, lo cual ha redundado en una ignorancia y oscurantismo que han mantenido la creencia en brujas y malos espíritus…”. El carácter de los canarios
Descripciones, ambas, que rezuman grandes dosis de colonialismo; efectuadas por alguien que observa con superioridad, no desde la igualdad. La historia demuestra que no se puede generalizar. Cada persona es hija de su padre y de su madre, independientemente de su lugar de nacimiento, por mucho que algunos políticos intenten dividirnos con banderas y religiones. 

La historia es muy cruel y le gusta poner en un compromiso a quienes se atreven a generalizar, y si no, ¿cómo se explica lo ocurrido entre ‘pacíficos’ vecinos canarios durante la Guerra Civil española? En la sima de Jinámar, un volcán situado en Gran Canaria, se han descubierto restos de decenas de personas represaliadas y ejecutadas por las fuerzas sublevadas siendo arrojadas a su interior, cuando no apotaladas*. Aquí, a diferencia de lo ocurrido en la península, las víctimas no se enterraron en las cunetas.

De todas formas, volvamos a la actualidad. Parece ser que los rasgos positivos de la raza y cultura guanche, debidos, quizás, a la insularidad, son los que han perdurado a lo largo de los tiempos. Este aislamiento, complementado por la suavidad del clima y los contrastes climatológicos, potencia una acogida positiva al que llega de fuera, siempre que lo haga con respeto y no en hordas que solo buscan sol y alcohol. Si eres respetuoso, la amabilidad tinerfeña te sorprenderá, de la misma manera que lo hará la del resto de habitantes de las islas del archipiélago, cada una con sus peculiaridades y diferencias que las enriquecen.

Por experiencia propia, puedo decir que la forma de hablar, sosegada y dulce, con abundancia de diminutivos, refleja un carácter afectivo que acoge al que llega del exterior. Una manera de hablar que influye sobre la forma de actuar, más calmada. Una filosofía de vida que, a veces, no se comprende desde la península, pero que, en el fondo, se envidia. Ni siquiera aquellos peninsulares que nos establecemos en Tenerife, y, más aún, en Candelaria, escapamos a esa influencia tranquilizante, que nos arrulla y envuelve en una placentera existencia. 


Término usado en Canarias durante la Guerra Civil y la postguerra para referirse a las personas a las que hacían desaparecer lanzándolas al mar desde barcas, metidas en sacos con piedras y con las manos atadas. Recomiendo leer la novela "El hijo del apotalado" de Jorge Fonte, la represión franquista en la isla de El Hierro.


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